El padre Maksym Ryabukha, salesiano, Director de la casa salesiana de Kiev, prueba a dar respuestas que tengan sentido delante de la tragedia de la guerra y de las masacres inhumanas que se registraron en Bucha y en otras localidades de Ucrania.
El padre Max, como todo el mundo le llama, siempre trata de transmitir algo positivo en sus mensajes por WhatsApp. Pero hace dos domingos, cuando comenzaron a llegar las primeras noticias sobre la masacre de Bucha, también para él fue un momento difícil.
“¿Si he visto lo que pasó? Lo veo todos los días. Porque aquí cada día, es un horror sin fin -dice-. Para los ciudadanos de Kiev es un dolor aún mayor, porque muchos de los habitantes de los centros satélites de la capital trabajaban en la ciudad. Dentro de las bolsas negras de plástico de Bucha hay parientes cercanos, amigos. Hablé con algunos de ellos: muchos no logran compartir ese dolor inmenso e insoportable. Contestan con medias frases; o bajan la vista y no responden en absoluto. A veces ni siquiera logran llorar. Las imágenes de las de los cuerpos martirizados nos acompañarán a lo largo de nuestra vida”.
El mismo padre Ryabukha está en dificultad: “Es difícil tratar de entender cómo se pudo cometer todo esto, e incluso tratar de pensar quién cometió actos tan inhumanos. ¿Cómo perdonar? ¿Cómo considerar a estas personas seres humanos? Seamos claros: todos somos humanos, con un bagaje de virtudes y pecados. Todos tienen su propio ritmo, algunos corren, otros retroceden. Pero todo esto, estas masacres…”.
El salesiano recuerda un episodio sucedido unos días antes, cuando se encontraba camino a la estación, en lugar de encontrarse con el habitual ir y venir de gente, vio la ciudad inmóvil, marcada por el olor de muerte, con los cráteres de las explosiones y las manchas negras de los autos incendiados. “Sentí consternación -dice el sacerdote-. Pensé que tal vez Jesús se sintió así cuando caminó a Jerusalén para su última Pascua terrenal. Lo que estamos viviendo en este país es un drama humano, llevará tiempo entenderlo y hacerlo parte de la historia de cada uno de nosotros”.
Uno se salva también gracias a la proximidad mutua. El padre Ryabukha actúa como punto de referencia para entregar la ayuda humanitaria que llega a la capital. “Hace unos días -cuenta-, llegó un camión con ayuda que tuve que descargar y poner en el oratorio. Con los voluntarios hicimos todo rápido, porque ellos tenían que partir inmediatamente hacia Lviv. A continuación llegaron las personas que debían entregar la ayuda a la gente aquí en Kiev: luego cargaron los autos y pidieron noticias de los barrios. Más tarde vinieron dos capellanes militares y algunos vecinos a lavarse y cambiarse; para comer algo juntos. Algo simple, pero que nos dio el sentido de que seguimos siendo una comunidad”.