En los últimos días tuve la inesperada pero agradable sorpresa de recibir la invitación por parte de la dirección de Note di Pastorale Giovanile para contribuir a una nueva sección: PG desde las periferias. Consideraron que la experiencia que estoy viviendo (y que también viven la comunidad eclesial y los jóvenes conmigo) puede resultar significativa y tal vez desafiante para los jóvenes y educadores que viven en partes del mundo “más afortunadas”. Entiendo que consideran el territorio de mi iglesia como una “periferia”, tanto porque se encuentra en los márgenes orientales de Europa (donde el centro está claramente definido, incluso con pastorales más desarrolladas), como por ser una zona invadida u “ocupada” o en riesgo de invasión y ocupación total. ¿Qué lugar más periférico que este?
Sin embargo, debo decir, entre paréntesis para no incomodar demasiado, que nosotros nos sentimos en el “centro”. Porque donde estamos siempre es centro, donde están los jóvenes y los adultos que se ocupan de ellos, es siempre centro, donde habita Dios (aunque se diga que prefiere las periferias) es siempre centro. Esto que adelanto es lo que nos da fuerza y esperanza. Entonces, aquí va una voz desde una “periferia-centro”, hacia un “centro” que se abre a la periferia.
Acepto también con mucho gusto esta invitación porque proviene del mundo institucional y “carismático” del cual formo parte, el mundo salesiano, y de la revista Note di Pastorale Giovanile, que conozco y valoro desde mis tiempos de formación en Italia, y que ha acompañado muchos de mis pasos pastorales. Por ello, devuelvo algo de lo mucho que he recibido.
Quisiera articular mi respuesta a la pregunta: “¿Cómo se hace pastoral juvenil en la periferia y qué puede decirle a la pastoral juvenil italiana?”, como una “devolución” de dones. Hasta ahora hemos recibido mucho de las comunidades eclesiales italianas (y no solo), y de los jóvenes: no solo la formación carismática salesiana, que nos ha abierto un vasto campo de servicio en Ucrania, sino también en los últimos años de guerra en términos de ayudas materiales y económicas (medicinas, alimentos, tiendas, utensilios, la acogida de muchos refugiados…), y espirituales con la cercanía y la oración. Así que, en cierto modo, me gustaría “devolver” el don de nuestra experiencia, que para nosotros está convirtiéndose en el tesoro que nos queda en un tiempo de ruinas y desolación, que es como ese tesoro evangélico que no se consume con el óxido ni con las polillas.
Entonces, ¿cuáles son los dones de experiencia que podemos ofrecer a nuestros amigos italianos (y tal vez a varios amigos de otros países), nuestros tesoros?
El don de un Dios que está presente
Dios está, siempre, en cualquier tiempo y circunstancia. Él se convierte en nuestra fuerza de resistencia, incluso en los momentos más dramáticos, si logramos percatarnos de su presencia. Y aquí quiero tomar prestadas las palabras (bellísimas) de una amiga de los jóvenes, una joven ella misma, que vivió de manera aún más dramática una situación similar a la nuestra: Etty Hillesum.
Así escribe en su Diario el 12 de julio de 1942, en una “oración matutina”, aun en el corazón de la guerra mundial, y en la oscuridad del campo de concentración de Westerbork, antes de la última etapa hacia la muerte en Auschwitz:
“Sin embargo, hay algo que se me vuelve cada vez más evidente, y es que Tú no puedes ayudarnos, sino que somos nosotros quienes debemos ayudarte a Ti, y de esta manera nos ayudamos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar en estos tiempos, y también lo único que realmente importa, es un pequeño fragmento de Ti dentro de nosotros, mi Dios. Y tal vez podamos también contribuir a desenterrarte de los corazones devastados de otros hombres. Sí, mi Dios, parece que Tú no puedes hacer mucho para cambiar las circunstancias actuales, pero ellas también forman parte de esta vida. Yo no cuestiono Tu responsabilidad; más tarde, serás Tú quien nos hará responsables a nosotros. Y con casi cada latido de mi corazón, crece mi certeza: Tú no puedes ayudarnos, pero es nuestra tarea ayudarte a Ti, defender hasta el último momento Tu morada en nosotros.”
Esta es la experiencia que, lamentablemente, estamos viviendo, la de un Dios sepultado entre las ruinas y la devastación junto con aquellos que están sepultados y devastados. Esta es, por tanto, la experiencia de muchas personas, muchos cristianos, muchos chicos y jóvenes. Pero Dios resiste en los corazones, no permitamos que sea sepultado, porque si no, todo estaría realmente perdido.
Dios está en todo esto. No porque lo haya querido, sino porque nos da la fuerza para mantenerlo vivo, la fuerza para resistir, para esperar, y mientras tanto, vivir nuestra vida cristiana.
Está, a pesar de todo. Está en los signos de las oraciones que se han vuelto mucho más significativas para nosotros, está en su Palabra que se anuncia (quizá con los sonidos de las sirenas de alarma o el estruendo de los misiles que caen o de las defensas aéreas que intentan detenerlos) con mayor sentido, en el gesto de caridad de una ayuda al que lo necesita, en una palabra de consuelo, una caricia a un niño o un anciano… y en muchos otros modos. No necesitamos tantas palabras de apologética. Dios se “impone” a la fe y a la vida porque, de lo contrario, estaríamos desesperados.
En palabras de Bonhoeffer, Dios sigue siendo esa fuente que brota en la aldea y permite saciar la sed y sentirse comunidad; y lo es tanto en la vida alegre, como en la peligrosa. Me doy cuenta cada vez que celebro la misa o me relaciono con la gente en las parroquias y en los oratorios. “Durante el bombardeo todo explotaba a mi alrededor. Y yo, solo una astilla bajo la nariz. Dios está”. Cuántas historias de este tipo aseguran que no estamos solos. Él está.
Este es el primer “don” que siento compartir, desde el pozo de nuestra fuente de aldea. Dios está; de manera misteriosa, pero real y siempre interrogante y consoladora. Ninguna situación dramática podrá convencernos de que nos haya abandonado o haya dejado de amarnos.