Por: Sławomir Drapiewski SDB
Fueron tres meses que no venía a Manaos. Mis experiencias iniciales fueron diferentes de la anterior. Ahora vivo en medio de un calor constante y gran humedad. La comida es totalmente diferente. Trato de hablar una lengua diferente de la lengua materna polaca.
Los últimos días de la Semana Santa fuero una experiencia hermosa. En la mañana del Jueves Santo salimos al interior del país y celebramos con la gente que vive en esos lugares. Aunque no es la selva profunda, el paisaje es hermoso y sorprendente. Las casas son modestas, alejadas unas de otras, y la gente aunque es pobres, es feliz.
Mi labor es preparar la liturgia, visitar las familias, orar y predicar el Evangelio. Desde el principio la gente no puedo ocultar su felicidad con la presencia del sacerdote que les celebra la Santa Misa. Es la primera vez que en esos lugares se celebra el Triduo Pascual, pero por otro lado; es hermoso ver la alegría y la participación de las personas.
Durante el día he visitado ancianos, enfermos y familias. En cada casa hemos compartido el amor de Cristo y la esperanza. Confío que hemos tenido éxito...
La pobreza, los problemas de salud, la falta de educación, me han dejado muchas preguntas. Lo más emocionante fue el deseo que tiene la gente de recibir a Cristo. En mi memoria quedan las lágrimas que vi en los ojos de la gente cuando hablaba del amor de Jesús.
Durante unos días he experimentado la iglesia de los pobres, la iglesia anhelando los sacramentos y la alegría en medio de la sencillez. El servicio de los misioneros es necesario para llevar la llama de la esperanza y la fe en Cristo. Doy gracias a Dios por este tiempo... Por cada esfuerzo, cada confesión, Unción de un enfermo, oración y la Eucaristía”.