Fue el segundo de 11 hijos, su padre fue un ferroviario. Recibió de sus padres una fe simple pero profunda, y se hace salesiano. Fue Ordenado sacerdote en 1905, se ocupó de los jóvenes, especialmente de los pobres, con el carisma de Don Bosco. Vivió entre la gente, compartió las alegrías y los sufrimientos de las personas más simples. Sin embargo, fue el Papa Pío XI quien le confió la misión de apoyar a la organización de Silesia polaca. De la mediación entre alemanes y polacos nace en 1925, la diócesis de Katowice, donde se convirtió en obispo. En 1926 fue arzobispo de Gniezno y Poznań y primado de Polonia. Al año siguiente, el Papa lo creó cardenal. En 1932 fundó la Sociedad de Cristo para los emigrantes polacos, destinada a ayudar a los compatriotas que abandonaron el país.
En marzo de 1939 participa en el Cónclave que elige a Pío XII. El 1 de septiembre del mismo año, los nazis invaden Polonia y se inicia la Segunda Guerra Mundial. El cardenal levanta su voz contra las violaciones de los derechos humanos y la libertad religiosa que hace Hitler. Obligado al exilio, se refugia en Francia, denunciando la persecución contra los judíos en Polonia.
La Gestapo lo detiene y lo tiene internado primero en Lorena y luego en Westfalia. Fue liberado en 1945, regresa a su tierra natal, donde encuentra el comunismo. Él defiende valientemente a los polacos de la opresión marxista, y se libra de atentados. Murió el 22 de octubre de 1948 con neumonía, a la edad de 67 años.
El Cardenal Hlond era un hombre virtuoso, un ejemplo brillante de salesiano y un generoso pastor religioso, austero, con visiones proféticas. Obediente a la Iglesia y firme en el ejercicio de la autoridad, demostró humildad y constancia en momentos de mayor prueba. Cultivó la pobreza y practicó la justicia para los pobres y los necesitados. Las dos columnas de su vida espiritual se forjaron en la escuela de San Juan Bosco: fueron la Eucaristía y María Auxiliadora.