RMG – P. Edmond Obrecht: “He comido con un santo”
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05 Julio 2024

(ANS – Roma) – Hoy en día es bastante fácil conocer a un santo de altar. Pero hace un siglo no era tan fácil, para uno estar cerca personalmente de un santo de altar era una experiencia que quedaba grabada en la mente y el corazón del afortunado. Tal fue el caso del abad trapense francés P. Edmond Obrecht (1852-1935), que en el 1934, cuando Don Bosco fue canonizado, tres días después de la solemne ceremonia, confió al editor del semanario católico estadounidense “Louisville Record” su gran satisfacción por haber conocido personalmente al nuevo santo, haberle estrechado la mano, incluso haber almorzado con él.

¿Qué había sucedido? El episodio se relata en su biografía.

Nacido en Alsacia en 1852, Edmond Obrecht se había hecho monje trapense a los 23 años. Recién ordenado sacerdote en 1879, el padre Edmond fue enviado a Roma como secretario del procurador general de las tres observancias trapenses, que en 1892 se unirían en una sola Orden con la casa general la Trappa delle Tre Fontane en la capital italiana.

Durante su estancia en Roma tuvo libre el domingo y lo aprovechó para ir a celebrar con sus hermanos cistercienses en la basílica de Santa Cruz en Jerusalén. El celebrante titular era el vicario de Roma, el cardenal Lucido Maria Parocchi, por lo que el padre Edmond tuvo la oportunidad de servirle varias veces en solemnes oficios pontificios y conocerlo de cerca.

Ahora bien, el 14 de mayo de 1887 estaba prevista la consagración de la iglesia del Sagrado Corazón de Roma, junto a la actual estación de Termini: una magnífica iglesia que le había costado a Don Bosco una fortuna y por la que se había entregado “en cuerpo y alma” para conseguir terminarla. La hizo posible a pesar de su salud, por entonces decididamente comprometida (moriría ocho meses después), quiso asistir a la solemne ceremonia de consagración.

Para esta larguísima celebración (cinco horas a puerta cerrada), el Card. Parocchi estuvo acompañado por el padre Edmond. Fue una experiencia decididamente inolvidable para él. Escribiría 50 años más tarde: “Durante aquella larga ceremonia tuve el placer y el honor de sentarme junto a Don Bosco en el presbiterio de la iglesia y después de la consagración fui admitido en la misma mesa que él y el cardenal. Fue la única vez en mi vida que entré en estrecho contacto con un santo canonizado y la profunda impresión que me causó ha perdurado en mi mente durante todos estos largos años”. El padre Edmond había oído hablar mucho de Don Bosco que, en tiempos de ruptura de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con el nuevo Reino de Italia, gozaba de una fuerte estima y de acceso a los políticos del tiempo: Zanardelli, Depretis, Nicotera. Los periódicos habían hablado de sus intervenciones para zanjar algunas cuestiones graves relativas al nombramiento de nuevos obispos y a la toma de posesión de los bienes de algunas diócesis.

P. Edmond no se contentó con aquella experiencia inolvidable. Más tarde, en un viaje, pasó por Turín y quiso detenerse a visitar la gran obra salesiana de Don Bosco. Quedó admirado y no pudo sino alegrarse el día de su beatificación (2 de junio de 1929).

Post Scriptum

La víspera de la consagración de la iglesia del Sagrado Corazón, el 13 de mayo de 1887, el Papa León XIII había concedido a Don Bosco una audiencia de una hora en el Vaticano. Había sido muy cordial con él e incluso había bromeado diciendo que Don Bosco, dada su edad, estaba cerca de la muerte (¡pero era más joven que el papa!), pero Don Bosco tenía un pensamiento que quizás no se atrevía a expresar al papa en persona. Lo hizo unos días más tarde, el 17 de mayo, a su salida de Roma: le preguntó si podía pagar todo o parte el gasto de la fachada de la iglesia: una bonita suma, 51.000 liras [230.000 euros, hoy en día]. ¿Valentía o descaro? ¿Confianza extrema o simple descaro? El hecho es que unos meses más tarde, el 6 de noviembre, Don Bosco volvió a la carga y solicitó la intervención de Monseñor Francesco della Volpe, prelado doméstico del Papa, para obtener -escribió- “la suma de 51.000 francos, que la caridad del Santo Padre le hizo esperar pagar él mismo… nuestro Ecónomo va a Roma para liquidar los gastos de esta construcción; se dirigirá al E. V. para obtener la mejor respuesta posible”. Garantizó que “Nuestros huérfanos, más de trescientos mil rezan cada día por Su Santidad”. Y concluyó: “Por favor, perdone este pobre y feo escrito mío. Ya no puedo escribir”.

Pobre Don Bosco: en mayo, en aquella iglesia, celebrando ante el altar de María Auxiliadora, había llorado varias veces porque vio realizado el sueño de nueve años; pero seis meses después su corazón seguía angustiado porque ante la muerte que sentía cercana dejó una pesada deuda para cerrar las cuentas de esa misma iglesia. Por esos gastos realmente pasó varios años, “hasta su último aliento”. Lo saben muy pocas de las decenas de miles de personas que pasan por delante de ella cada día al salir de la estación de Termini por Via Marsala.

P. Francesco Motto, SDB

Fuente: Boletín Salesiano OnLine

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