¿Cómo surge tu vocación salesiana?
Mi vocación nace en la parroquia de La Soledad, en medio de los niños de la catequesis. Conocí a los salesianos precisamente a través de las Hijas de María Auxiliadora. Viendo los problemas de los niños y adolescentes de la catequesis y, al ir conociendo a Don Bosco, me vino aquella idea de que yo podía también hacer algo como él. Tuve esa pequeña inquietud, pero nunca pensé en consagrarme, ni entrar al seminario, aunque sí de chiquito me llamaba mucho la atención todas las cosas que el sacerdote hacía en el altar. Conocí al padre Ramón García Rampérez, fue el primer salesiano, y me invitó a las convivencias vocacionales. Ahí comenzó este camino.
¿Cómo fue tu proceso vocacional?
Cuando entré, pensé hacerme hermano coadjutor, pero después me di cuenta que mi vocación era para sacerdote y esa fue mi opción. Comencé en Santiago de Cuba en el año 1999. Ahí estuve cuatro años hasta que me fui a República Dominicana al noviciado. Pues, por las diferencias de carácter, propias de la edad, no hice la profesión ese año y estuve seis años fuera de la congregación. Regresé en el 2009 como voluntario. Después volví al noviciado y continué mi camino hasta aquí.
¿Cómo te gustaría que los jóvenes que identificaran?
Como un amigo. Un amigo que les ayude a caminar, a seguir adelante. Hay una experiencia en La Habana Vieja hace unos años. Cuando llegué a esa obra el grupo de jóvenes estaba desintegrado. Poder acercarlos otra vez, ver como volvían y sentían a María Auxiliadora suya, me hizo reflexionar y decir: Vale la pena acercarse, atraerlos. Ahora los veo como siguen caminando a pesar de que ya me fui y eso me llena de alegría. Por eso vale la pena sembrar la semilla.
Ahora como salesiano, ¿sueñas como Don Bosco?
Quiero amar a Jesús cada día más y seguir haciendo esa Cuba salesiana, que muchos de los que ya no están, soñaron.