Cuando era niño, el sacerdocio no era lo primero en la lista de mis preferencias: quería estudiar ingeniería aeronáutica. Pero el Señor tiene sus caminos y cuando estaba en el último año de secundaria, después de un año de discernimiento y gracias a la inspiración del Espíritu Santo, decidí servir a Dios como religioso.
En ese momento me atraía la espiritualidad jesuita y no conocía a los salesianos. Sabía de la misión de Don Bosco en Lilongwe, la capital de Malawi, pero no era eso lo que quería abrazar. Entretanto cuando participé en el programa "Ven y verás" en la casa jesuita, me encontré con un amigo que me presentó a los salesianos y curiosamente el primer sacerdote que conocí (el padre Jorge Ormenus, misionero peruano en Malawi en ese momento) me hizo entender quién es realmente Don Bosco. Entonces no pude resistir.
Recé y después de consultar a mi familia, no sin algunas dificultades, comencé mi camino hacia el sacerdocio en la Congregación Salesiana. Mirando hacia atrás, estoy convencido de que ser salesiano era la voluntad de Dios y estoy seguro que la paz que tengo ahora no la sentiría en ningún otro lugar.
La experiencia de conocer a tantos misioneros en Zambia y en otros lugares también me dio el deseo de servir a los demás. Después de postularme como misionero, me enviaron a Roma para el curso de formación y luego a Sudán del Sur, un lugar que no esperaba, que nunca había planeado y donde absolutamente no me sentía listo para ir... La gente a mi alrededor me desanimaba y había perdido el coraje. Pero me dije a mí mismo que debía ir a ver cómo iba durante un año. Hoy miro hacia atrás y digo que venir a trabajar a Sudán del Sur fue la mejor decisión de mi vida y quiero quedarme aquí mientras mi salud y mis superiores lo consideren oportuno.
Sudán del Sur es un país fantástico con gente muy agradable y amable. El sufrimiento, fruto de muchos años de guerra, el temperamento de la gente y sus desafíos diarios me enamoraron automáticamente. Quedándome aquí me convertí en un hombre, porque aquí te enfrentas a la realidad tal como es. Servir a los jóvenes pobres, especialmente a los leprosos de Tonj, me ha dado mucha felicidad.
Además siempre recibo un excelente apoyo de los cohermanos y nunca me siento solo.
Por ahora puedo decir que ver a jóvenes con tantos problemas es un desafío para mí. Por supuesto, aprender a permanecer dentro de la cultura de la gente me llevará algún tiempo y también es necesario que rece. Además, no es fácil tratar con personas que han sufrido la guerra, pero eso me edifica todos los días y me enseña a confiar más en Dios.
Mi mensaje para los jóvenes de todo el mundo es: busquen a Cristo profundamente, nunca estén satisfechos con nada que los aleje del Señor y estén felices con cada cosa que hacen.