La genialidad de Huxley fue intuir que en el futuro no seríamos controlados por la fuerza sino sobre todo por medio de la gratificación, del entretenimiento y la distracción. Las personas aun hablando sobre la belleza, la verdad y los derechos de cada uno como sus prioridades de vida en lo concreto sólo eran movidas a buscar una existencia, cómoda, tranquila y feliz. Las personas en una sociedad de este tipo estaban listas para ser conducidas a una pasividad donde el dinero, la tecnología y el consumo son deificados.
El libro mundo feliz es una certera metáfora de nuestro tiempo y en cierta forma nos da una clave de lectura plausible para entender por qué la mayoría de la gente, aún comprendiendo la importancia de los valores propuestos por nuestros líderes religiosos con tanta claridad, no adhieren a éstos en la práctica aun afirmando que están de acuerdo con ellos.
El mito de la participación de “la felicidad a través del consumo” es alimentado en las personas por un sistema que necesita mover una máquina de producción masiva, se les propone a través de los medios un pacto implícito de sacrificio de la relación con los otros en nombre de una competencia por alcanzar la “propia felicidad”, sin lugar para la solidaridad, el sacrificio y la verdad.
Tal vez en el mundo moderno se ha instalado la idea que cada humano puede construir su propia felicidad suprimiendo la presencia del otro, la amenaza de lo que es diferente y buscar solamente la máxima comodidad y el placer que se puede obtener en el consumo de bienes y servicios. En este contexto los valores que proponemos en nuestras escuelas y parroquias, centros juveniles y oratorios desgraciadamente para la mayoría de los jóvenes suenan como una dulce melodía que está lejos de la realidad cotidiana que los empeña en la búsqueda de las mejores formas para: consumir y construir un mundo sin preocupaciones donde todos los riesgos sean controlados y en lo posible alejar cualquier tipo conflictos y pobreza.
Huxley pone una clara señal de alerta a este momento histórico donde se promueve y se sostiene la ilusión que “el hombre nace solo para ser feliz”. Si el hombre naciera sólo para ser feliz, no nacería para morir. Pero sabemos que la muerte llega inexorablemente. En un acto de lucidez deberíamos mirar nuestra vida, ella no puede ser solo un continuo de satisfacción y gozo. Hay un momento en que los placebos ya no surten efecto y tenemos que enfrentar pregunta sobre el sentido de nuestro viaje por la vida que necesariamente nos debería llevar como humanos al crecimiento moral y de nuestras facultades antes de ser llamados a la morada definitiva.
Estamos viviendo un momento crucial en nuestra sociedad. Es el momento de ayudarnos mutuamente a abrir los ojos y leer las señales que nos llegan; y que nos incomodan, sacándonos de nuestras seguridades.
Es necesario preguntarnos: ¿Dónde realmente está nuestro corazón? O más claro ¿Queremos verdaderamente ser parte este movimiento que se empeña en hacer de este mundo un lugar mejor, haciéndonos cargo de los sufrimientos y necesidades de nuestros semejantes? o ¿Queremos seguir siendo parte de este paraíso hedonista poblado de seres “sintéticos”, llamado mundo feliz?
