Un viaje con un propósito
Cada año, un grupo de estudiantes emprende este viaje misionero, una tradición que ha transformado a muchas personas. Primero, vuelan a San Diego, donde son recibidos por Juan Carlos Montenegro, delegado para la Animación Misionera de la Inspectoría “San Andrés” de Estados Unidos Oeste (SUO); luego continúan hacia su destino final. Al llegar, el padre Juan Carlos Solís, SDB, les dio una cálida bienvenida, y su gratitud marcó el tono de su semana de servicio y reflexión.
“Soy testigo de cómo este viaje misionero cambia la vida de los jóvenes. Por eso sigo regresando”, explicó el profesor Chris Croghan, quien este año volvió a acompañar a los chicos y chicas estadounidenses.
Lecciones más allá del aula
Para estos jóvenes voluntarios, Tijuana se convirtió en un aula sin paredes, donde las lecciones de amor, humildad y armonía no se impartieron a través de libros, sino mediante interacciones genuinas. Cada participante regresó a casa con una nueva perspectiva, un corazón transformado y un renovado compromiso de vivir con un propósito de servicio.
La experiencia de Cameron: crecer en empatía y confianza en sí mismo
Cameron aprendió el lenguaje universal del amor y la risa. A pesar de su limitado español, utilizó el humor y la disposición para romper barreras y dialogar con las personas. “Sentí que muchas personas admiraron mi esfuerzo por comunicarme”, relata. “Puedo decir con certeza que me he convertido en una persona más empática y extrovertida, y haré todo lo posible por seguir creciendo a partir de lo que este viaje despertó en mí”.
La experiencia de Arthur: un hombro en el que apoyarse
Arthur descubrió su fortaleza al brindar apoyo emocional. “Soy una persona que, cuando dice algo, lo cumple”, reflexiona. “Puedo ser un hombro en el que los demás puedan llorar, alguien que estará ahí siempre que se necesite un oído que escuche. Estoy dispuesto a dar lo mejor de mí por los demás, incluso a costa de mi propio bienestar”. Su viaje le reveló el poder de la presencia y los profundos lazos que se forman cuando las personas se preocupan sinceramente unas por otras.
La experiencia de Natalie: el amor en la unidad
Para Natalie, de quince años, el viaje fue una revelación que le abrió los ojos a la conexión humana. Inicialmente, se mostró reservada y con dudas, pero poco a poco derribó sus barreras y abrazó a la gente de Tijuana con un corazón abierto. “Me recibieron con una bondad y un altruismo genuinos”, recuerda. “A pesar de tener menos, siempre encontraban la manera de darnos algo a nosotros”. La generosidad y la alegría de la comunidad dejaron una huella imborrable en ella, reforzando la idea de que el amor no tiene idioma y que la amabilidad trasciende todas las diferencias.
La experiencia de Sofía: difundir luz y amor
Sofía sintió que estaba en el lugar correcto. “Muchas personas dijeron que este viaje estaba hecho para mí”, comparte con alegría. “Me describieron de una manera tan hermosa que me inspiraron a ser mejor. Saber que puedo inspirar a otros me llena de felicidad”. Su presencia en el viaje recordó a todos la importancia de la ternura y el afecto, así como la capacidad de una sola persona para generar un impacto en el mundo.
Un impacto duradero
El viaje misionero a Tijuana no es una simple excursión anual: es una experiencia transformadora que moldea los corazones y las mentes de los jóvenes. Los estudiantes que lo realizan regresan a casa con un aprecio más profundo por el servicio, un renovado sentido del propósito y un compromiso de fomentar lazos humanos más allá de las fronteras.
Sus iniciativas han demostrado que el amor, la ternura y la fe no tienen límites. En sus reflexiones, los jóvenes compartieron que la transformación ocurre cuando se tiene el valor de salir de la zona de confort y abrirse a la belleza de la conexión con los demás.
Su viaje pudo haber durado solo unos días, pero su impacto perdurará toda la vida.