Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por episodios de violencia y acoso escolar. Terminó en una casa-familia en la zona de Caserta debido al abandono escolar. La experiencia no fue buena y escapó a los seis meses. El regreso a Nápoles trajo el deterioro de la situación, y un año después fue denunciado por violencia doméstica, lo que lo llevó nuevamente al abismo. Era el año 2018 y tenía diecisiete años. “Los carabineros vinieron por la noche y me arrestaron. Me llevaron al centro de primera acogida, que normalmente está en Colli Aminei, pero también el ‘Don Bosco’ estaba preparado, y me quedé allí”, relata Luca.
Esta vez, el castigo se presentó como Providencia: tenía el rostro de los hijos de san Juan Bosco en Doganella. Gracias a ellos comenzó el ascenso. Durante los primeros días de detención, el joven fue visitado con frecuencia por su párroco: el padre Valentino De Angelis, de Santa Maria dei Miracoli, en Nápoles, comunidad donde Luca servía como monaguillo. Permaneció con los salesianos junto con otros siete menores durante un año y medio, hasta el estallido de la pandemia.
Vivió el ‘Don Bosco’ “no como una casa-familia, sino como ‘mi casa’”. Estableció muchas relaciones durante esos meses, siendo indisolubles las que formó con los operadores. “Es como si fuera mi segunda madre. Cuando en casa digo que voy al ‘Don Bosco’, no digo que voy a la comunidad, sino que voy a ver a Cristina (una de las operadoras, NdR). He estado en tres comunidades, pero la de los salesianos tuvo algo diferente”.
Para Luca, la diferencia radica en “la humanidad. Su trabajo se centra en la atención a lo humano para crear un vínculo. No éramos usuarios, éramos personas”. Durante ese tiempo retomó los estudios secundarios: “Seguí un curso de cocina y hotelería; también ofrecían uno de mecánica y logística, pero yo quería graduarme. Así, gracias a su ayuda en los estudios, obtuve el título de técnico químico”.
Con la llegada de la pandemia de COVID-19 obtuvo el permiso para regresar a casa. “Me hubiera gustado quedarme hasta los veintiún años, pero debido a la pandemia me hicieron volver a mi familia. No fue un buen período”, confiesa. También apareció la depresión y la dificultad para relacionarse con los demás. Sintió la necesidad de regresar al ‘Don Bosco’. Providencialmente, se publicó la convocatoria del servicio civil. Había vacantes también con los salesianos, y Luca se postuló. Superó las pruebas y durante un año estuvo del otro lado de la barrera. Ayudó a esos niños difíciles, entre los que él mismo había sido incluido años atrás. “Ayudábamos durante los juegos, el apoyo escolar y las actividades de la tarde en el oratorio; también entrené a un equipo de fútbol”, recuerda.
Al finalizar el año de servicio civil, participó con el padre Fabio Bellino, director de los salesianos partenopeos, y otros veinte operadores sociales en el San Tarcisio, de Roma. “Fue la experiencia más significativa. El padre Fabio nos dijo: ‘Han tenido esta oportunidad, pero no se detengan porque puede ser difícil empezar de nuevo’. Allí maduré la decisión de inscribirme en la universidad porque lo que viví en carne propia no podía quedar en vano”.
Desde septiembre pasado, Luca estudia Ciencias Políticas en la Universidad Federico II de Nápoles. El camino ha sido un poco cuesta arriba, “pero estoy intentando integrarme en algunos grupos estudiantiles para encontrar una nueva dimensión. Debo insistir e insistiré”. Para su futuro desea “una vida tranquila, un buen sueldo y una familia”. Y si alguien le pregunta cómo fue su adolescencia, responde: “Bien, porque cuando pienso en el ‘Don Bosco’ solo tengo recuerdos hermosos. Me dieron alegría y esperanza. En otros lugares me robaron el tiempo; ellos me devolvieron una vida”.
El ‘Don Bosco’ de Nápoles es una realidad dinámica y abierta al territorio que opera a través de la parroquia, el oratorio, los servicios educativos territoriales, los servicios residenciales, la comunidad para menores extranjeros, la comunidad de acogida, el centro de pronta acogida y la formación profesional.
Fuente: Insieme News