Andrej Majcen nació en Maribor, Eslovenia, el 30 de septiembre de 1904, siendo el primogénito de cuatro hijos (dos hermanas y su hermanito Zoran, quien falleció en la infancia). Sus padres – el padre Andrej y la madre Marija, de apellido Šlik – fueron una pareja unida y ejemplar por su integridad y dedicación a los demás: su padre, empleado judicial, le enseñó a ser siempre bondadoso con todos, a no juzgar y a resolver los conflictos; su madre, mujer de profunda fe, a quien el Siervo de Dios consideraba una religiosa en el mundo, y de cuya devoción creía no haber alcanzado jamás el mismo nivel, ni siquiera como religioso, le transmitió un amor absoluto por la Virgen María y el compromiso de pertenecer siempre a Dios en un mundo cambiante, atravesado por conflictos y marcado por las ideologías. Las enseñanzas de sus padres se reafirmaron para el joven Andrej cuando, tras completar la escuela magistral estatal, fue contratado como maestro por los Salesianos de Radna, en un ambiente de alegría, dedicación y fe que impregnaba la vida diaria.
A la propuesta vocacional de convertirse en salesiano de Don Bosco, respondió con un momento de oración de rodillas, ante el Santísimo, hasta que finalmente se rindió al llamado de Dios y comenzó su camino salesiano. El 8 de septiembre de 1924 participó en la solemne consagración de la Basílica de María Auxiliadora en la obra de Ljubljana-Rakovnik, donde moriría (a los noventa y cinco años) el 30 de septiembre de 1999. Entre esos dos eventos, transcurrieron las etapas de formación en la vida consagrada salesiana (primera profesión el 4 de octubre de 1925) y hacia el sacerdocio (ordenación sacerdotal el 2 de julio de 1933), durante las cuales se le asignaron numerosos cargos y cargas de trabajo, que para él significaron una especie de noviciado para la vida.
Tras conocer el martirio en China de Luis Versiglia y Calixto Caravario (posteriormente canonizados por Juan Pablo II como protomártires salesianos en 2000), y luego de haber conocido al misionero Padre Jozef Keréc, también el Padre Majcen sintió nacer en él la vocación misionera, acompañada de un profundo deseo de entregarse totalmente hasta el martirio. Este camino, tras reiteradas solicitudes, se abrió para él en 1935, cuando el Estado impuso el cierre de las escuelas artesanales de Rakovnik, de las cuales era director. A partir de ese momento, serviría en: Kumming (Yunnan, China) desde 1935 hasta su expulsión en 1951 por el régimen comunista; en Hanoi, en el Norte de Vietnam (1952), y en Saigón, en Vietnam del Sur, a partir de 1956, tras la llegada de los guerrilleros de Ho Chi Minh al Norte. Allí, ya amado y reconocido por su fama de santidad, vivió la etapa más fructífera de su vida salesiana, fundando la Congregación en Vietnam, con diferentes responsabilidades y, sobre todo, como Maestro de Novicios. Expulsado también de Vietnam del Sur por el régimen comunista en 1976, tras un período en Tainan, en 1979, regresó a su patria para cuidar su salud y, contra todas las expectativas, sus Superiores le pidieron que permaneciera en Eslovenia. Allí también encontró el Comunismo, viviendo en una Iglesia perseguida y en una comunidad empobrecida, pero siempre bajo el manto de su querida Auxiliadora, excepto durante los primeros meses.
Ya afectado por indicios de tuberculosis antes de su ordenación sacerdotal, sometido a varias cirugías y portador de las secuelas permanentes de la peste contraída en Oriente, debilitado finalmente por la diabetes, el padre Andrej Majcen animó desde Eslovenia una intensa labor de promoción misionera, de escritura y mediación, también por encargo de los Superiores Mayores de la Congregación Salesiana. Sobre todo, se convirtió en un confesor muy solicitado y querido, al que acudían muchas personas, incluido el arzobispo de Ljubljana, quien le enviaba sacerdotes “en crisis”.
Su fama de santidad lo acompañó en su patria, al igual que en Vietnam, donde es recordado como un padre inolvidable. Falleció el día de su cumpleaños 95, y en su funeral concelebraron más de cien sacerdotes, quienes vivieron el momento de la despedida como una experiencia pascual y de gratitud a Dios.
Su fama de signos fue confirmada por numerosas gracias hasta sus últimos meses de vida. Su legado incluye 3417 páginas de Diarios y Meditaciones, en las cuales se revela su compromiso, como él solía decir, de “caminar sobre las huellas de los santos”, para llegar a ser también santo, como siempre lo deseó.
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