“Nací en una familia profundamente cristiana, octavo de nueve hermanos. De nosotros, además de mí, salesiano, uno se hizo franciscano y otro carmelita” comienza, presentando la variedad de carismas que ha enriquecido a su familia. “Mi primer contacto con los salesianos fue a través de uno de mis hermanos mayores, que estudiaba en la escuela salesiana ‘Inmaculada Conceição’ de Oporto y, cuando volvía a casa por las vacaciones, traía revistas y libros sobre la Congregación Salesiana y sus actividades, que me intrigaban mucho”. Gracias a la “buena prensa” fuertemente deseada por Don Bosco, surgió una primera inquietud vocacional, y en 1961 entró en el aspirantado salesiano, para comenzar un camino que sigue hasta hoy. En 1965 hizo su primera profesión religiosa y fue ordenado sacerdote en 1981.
Tuvo una primera experiencia en el extranjero ya durante la formación inicial, viajando hasta el Lejano Oriente, a Macao, donde permaneció dos años. De regreso a su país, en sus primeros años como sacerdote salesiano, continuó formándose para enseñar Letras en las escuelas, fue profesor y seguía a los scouts. El deseo de ir a las misiones tuvo la oportunidad de concretarse cuando las obras religiosas en Mozambique fueron devueltas a la Iglesia, ya que anteriormente habían sido requisadas por el régimen comunista.
Así, cuando los obispos locales pidieron a los salesianos que volvieran al país, en 1983 el Padre Lourenço fue uno de los tres pioneros que replantaron la semilla de Don Bosco en tierra mozambiqueña. “Ibamos para reiniciar todo el trabajo dejado antes – recuerda hoy el salesiano – Pero al llegar allí encontramos que todo estaba destruido. Así que tuvimos que comenzar el trabajo en otra parte del país”. Para esto se dividieron: los otros dos intentaban recuperar una obra, mientras el Padre Lourenço trataba de fundar otra en Maputo.
Luego, después de un tiempo de que los salesianos se adaptaran en Mozambique, se le pidió que se dirigiera a Moatize, “un lugar muy caluroso y donde había mucha pobreza. También había pocos recursos y teníamos que usar los mismos espacios para las misas, los encuentros y las lecciones” reporta aún el salesiano.
A pesar de su acción pionera de fundador de obras, el Padre Lourenço ha pasado su vida como salesiano de manera bastante simple, trabajando siempre en las parroquias y en la formación. Y, ironías del destino para un religioso que ha llevado a cabo toda su misión en un país con la misma lengua que su patria natal, el mayor desafío lo encontró precisamente en aprender los idiomas: los locales, hablados por la mayoría de la población de las aldeas rurales.
“Comprender la lengua y la cultura local siempre ha sido el mayor desafío para mí. En Maputo se hablaba el ronga, no era sencillo de entender, para las confesiones... A diferencia de los combonianos, activos allí cerca de nosotros y que dedicaban al menos un año al estudio de la lengua, nosotros, los salesianos, éramos lanzados inmediatamente en medio de las muchas cosas por hacer, sin tiempo para estudiar”.
Hoy este enfoque ha sido oportunamente revisado, pero el Padre Lourenço supo enfrentar también este desafío, tanto que logró luego celebrar la misa en las lenguas locales. Actualmente, su trabajo está cerca de Maputo, en “una ciudad un poco industrial y un poco dormitorio”.
Él se ocupa de la formación de quince estudiantes de Filosofía, y guía la comunidad de los formadores en calidad de Director. Con su larga y variada experiencia, el Padre Lourenço no pierde la oportunidad de lanzar una saludable provocación misionera a los jóvenes y a quienes están en busca de su vocación.
“Mi visión espiritual de mi vocación misionera siempre se ha fundamentado en una certeza y en una pregunta, que creo que valen también para los demás: Dios me necesita. Si no voy yo, ¿quién irá en mi lugar?”