El sábado 2 de abril, el Papa Francisco aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Malta. El lema de este viaje: "Nos trataron con rara humanidad" (Hch 28,2), -tomado del relato de San Pablo al recibir hospitalidad en Malta después de un naufragio- presenta uno de los primeros pilares de esta visita apostólica.
De hecho, el Papa introdujo el tema de la acogida ya en el primer encuentro que tuvo con las Autoridades y el Cuerpo Diplomático, en la "Sala del Gran Consejo" del Palacio del Gran Maestre en La Valeta. En los últimos años, Malta ha sido a menudo un punto de desembarco de barcos cargados de personas que habían naufragado en el Mar Mediterráneo, provenientes desde el norte de África a Europa. El Papa recordó que “el fenómeno migratorio no es una circunstancia del momento, sino que marca nuestro tiempo”. En este sentido, ha reiterado que “el Mediterráneo necesita de la corresponsabilidad eurpoea, para volver a ser teatro de la solidaridad… y no convertirse en el mayor cementerio de Europa”.
Además del tema de la hospitalidad, el Papa dio mucha atención a lo que está pasando en el mundo: mencionó el último naufragio ocurrido frente a las costas de Libia y habló de la guerra en Ucrania. Ante la "noche de la guerra" buscada una vez más por "algunos poderosos, tristemente atrapados en las anacrónicas pretensiones de los intereses nacionalistas", el Papa invita a no cerrar los ojos a la esperanza, e insta al compromiso: "Por favor, no dejen desaparecer el sueño de la paz”, fue su llamamiento.
En el contexto social maltés, impregnado de historia cristiana, pero que se caracteriza por una incisiva y rápida secularización, el Papa Bergoglio precisa que "progresar no significa desarraigarse del pasado en nombre de una falsa prosperidad dictada por el lucro", y nos invita a estar en guardia contra las "homologaciones artificiales y colonizaciones ideológicas".
Sobre todo y en varios momentos, como en el Santuario Nacional de Ta' Pinu', el Pontífice recordó que “la alegría de la Iglesia es evangelizar”, marcando con esta fórmula los diversos momentos de la visita. Sólo el atractivo de la alegría puede liberar la dinámica eclesial de la tentación de la autorreferencialidad, porque “una Iglesia que quiere salir al encuentro de todos con la lámpara encendida del Evangelio” no puede ser un círculo cerrado.
Por eso el Papa señaló a María y Juan bajo la cruz, donde las últimas palabras de Jesús nos exhortan a hacer del hospedar, el estilo perenne del discipulado. Porque la hospitalidad, reiteró, “es también la prueba de fuego para comprobar con qué eficacia la Iglesia está impregnada del espíritu del Evangelio”. Y el Evangelio que propone Francisco es el que nos invita a “ser hospitales, ser expertos en humanidad y a encender fuegos de ternura cuando el frío de la vida se cierne sobre los que sufren”.