Ni siquiera los más ancianos habían visto una tremenda caída de agua. En pocos días el panorama cambió: agua y más agua arriba, abajo y en medio. Y no paraba de llover con una fuerza brutal.
La situación comenzó a ponerse mal y conforme fueron apareciendo imágenes y relatos entendimos que era una tragedia nunca antes vista en estos lugares. Deslaves, lagunas aparecidas de la nada, inundaciones que llegaban al nivel de los techos, carreteras y caminos obstruidos, hombres, mujeres, niños hacinados en espacios provisorios.
Los videos muestran el drama, las fotos son desconsoladoras y las noticias alarmantes nos ayudaban a intuir la magnitud del desastre. En medio de todo esto surgió la bondad innata del corazón humano. Una marea de ayuda de emergencia fue apareciendo como por arte de magia. Salvar vidas, despejar caminos, movilizar recursos de emergencia. Vimos conmovidos la dimensión humana de tantas personas que en apariencia parecían insensibles.
En poco tiempo fluían toda clase de recursos: comida, ropa, medicinas, dinero, todo en cantidades sorprendentes. Además estaban los voluntarios expuestos al frío y a la lluvia con tal de dar una mano ante la emergencia.
Nuestro pequeño y gran mundo salesiano de Carchá tuvo la mala suerte de encontrarse en el epicentro de la depresión tropical. Nuestras trescientas aldeas o comunidades rurales sufrieron el embate y el desastre. Las menos golpeadas quedaron inundadas con graves daños: casas derrumbadas, caminos inaccesibles, a lo que se suma el hambre porque de la cosecha no se salvó nada.
La solidaridad salesiana comenzó a sentirse. En pocos días nuestro centro de Chibajché comenzó a recibir camiones repletos con todo tipo de ayuda. Voluntarios valientes clasificaban y empaquetaban esos valiosos recursos que salían en vehículos rumbo a las comunidades en las que se podía llegar.
Nuestro segundo centro misionero, Campur, a cincuenta kilómetros de Carchá, resultó ser uno de los lugares más dañados del país. En poco tiempo el poblado se transformó en una laguna profunda. Tan profunda que cubrió totalmente nuestra iglesia y parte de la vivienda salesiana. El poblado a pesar de ser pequeño es un punto de comercio en el que se aglutinan casas y negocios en un desorden edilicio que raya en el caos. Muchas casas se hundieron, otras fueron invadidas por el agua turbia que destruyó mucha mercadería. Toda la gente se escapó por el justificado temor de un deslave del pequeño cerro aledaño del poblado .
El padre José María Seas, salesiano, pastor del territorio de Campur vivió en carne propia la tragedia. Como periodista improvisado, grabó videos estremecedores narrados con una voz tan dramática que Campur se volvió noticia nacional e internacional. Como resultado está llegando ayuda a Campur, tanto del gobierno como de las comunidades cercanas y lejanas.
Mientras escribo, está llegando el huracán Iota, la hermana gemela de Eta (llegó el 17 de noviembre, con grado 4, dejando un saldo provisorio de al menos 50 muertos ndr). Sólo eso nos faltaba. La realidad es que ya no queremos más agua ni más daños. La voluntad común es arremangarse y reconstruir este rincón de Guatemala habitado por gente pobre, pacífica y trabajadora.
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