Desde su tierna infancia, Juan Bosco se ejercitaba corriendo, trepando árboles, haciendo volteretas y saltos, ejecutando barras y acrobacias. Sin duda, era una válvula de escape natural para su necesidad de movimiento. Pero en sus Memorias recuerda sobre todo el placer del espectáculo, la caminata sobre la cuerda floja, las subidas al palo ensebado, la victoria en la carrera… En resumen, el éxito que le proporcionaba alegría y le permitía destacar en el pequeño mundo que lo rodeaba.
Pero, ¿qué podemos decir de sus años de madurez, cuando en Valdocco entrenaba bandas de adolescentes rudos, en busca de diversión y cargados de energía?
¿Había deporte en Valdocco?
Hasta finales del siglo XIX, en las escuelas y círculos italianos no existía un deporte organizado como el fútbol, aunque niños y adultos jugaban en las calles con un balón, siguiendo diferentes reglas: pateándolo, lanzándolo con las manos, golpeándolo… Poco a poco, sin embargo, se comenzó a jugar siguiendo reglas fijas y comunes, lo que favoreció la promoción de competencias entre escuelas y clubes.
En Don Bosco no se trataba de deporte organizado, sino de juego físico en general: barra, carrera de embolsados, salto de longitud… La diferencia es que el juego es una actividad abierta a todos, mientras que el deporte está dirigido a pequeños grupos de jóvenes con ciertas habilidades. Es decir, Don Bosco utilizaba los juegos físicos y la gimnasia como herramienta educativa.
El juego es indispensable
El concepto de juego de Don Bosco era innovador, porque al reconocer su utilidad, veía su necesidad para el desarrollo integral de los jóvenes. El juego es esencial para el crecimiento de un joven, ya que le ayuda a dirigir sus energías e impulsos, a controlar su fuerza y a adquirir un mejor sentido de sí mismo a través de la competencia con los demás, favoreciendo el contacto y la interacción.
Don Bosco quería un gran patio para que jugara un gran número de jóvenes. Su idea de recreo era inusual para su tiempo, ya que en esa época se conformaban con un pequeño jardín donde caminar en pequeños grupos para charlar. Pero para él, eso no era suficiente: Don Bosco quería movimiento, actividad física, intensa, aunque ciertamente no peligrosa.
Los educadores también participaban activamente, pero sin abandonar su rol de supervisión. Para Don Bosco estaba muy claro que de esta manera no perdían su dignidad, sino que, al contrario, ganaban la amistad y la confianza de los jóvenes. Estaba convencido de que esto fortalecía su presencia. Él mismo disfrutaba participando en los juegos lo más posible y seguía guiándolos. Animaba a uno, invitaba a otro, aprovechaba la ocasión para dejar una advertencia o insertar una palabra de simpatía hacia este o aquel joven.
Para Don Bosco, el juego es una gran herramienta para ahuyentar la tristeza y los malos pensamientos y evitaba los trastornos asociados con el ocio y el aburrimiento: crea un clima de diversión, alegría y gozo, que él consideraba un requisito previo para la educación. Y lo sabía bien, habiendo experimentado esa alegría de niño, cuando las acrobacias y proezas físicas se convertían en un espectáculo que llenaba los ojos y conmovía las mentes y los corazones.
Padre Jean-François Meurs
Fuente: Don Bosco Aujourd’hui