RMG – Don Bosco soñador: las diez colinas
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25 Enero 2024
Ilustración de Severino Baraldi, de "Don Bosco ti ha sognato" (Elledici, Bolonia, 2013).

(ANS – Roma) – Un camino accidentado y difícil, mucho esfuerzo, mucho celo, muchas dificultades, pero también música celestial y visiones maravillosas: todo esto se encuentra en el tercer sueño de Don Bosco, que recordamos con motivo de su fiesta litúrgica y en este año del Bicentenario de su sueño más famoso, el de los Nueve Años. Hoy presentamos el sueño conocido como "de las diez colinas" o "de la décima colina" (Memorias Biográficas, VII, 796-800). En este relato, Don Bosco ofrece a sus jóvenes varias enseñanzas importantes: la importancia de preservarse inocentes y seguir las enseñanzas de la vida cristiana; el valor de la constancia y la fidelidad en el camino emprendido; y finalmente, la dimensión fundamental de cuidar unos de otros en el camino común de la vida.

La noche del 22 de octubre de 1864, Don Bosco contó a los jóvenes del Oratorio este sueño, en el cual se le reveló lo fácil que los inocentes superan los obstáculos que hacen mucho más difícil el camino de salvación para los demás.

Le pareció encontrarse en un valle grandísimo, lleno de miles de jóvenes, muchos de los cuales reconoció como alumnos de su Oratorio. Un alto barranco cerraba un lado de ese valle.

"¿Ves ese barranco?" –le dijo la Guía–. "Bien, tú y tus jóvenes deben alcanzar su cima". Con un gesto de Don Bosco, todos esos jóvenes se lanzaron para trepar por el barranco. Los sacerdotes de la casa los ayudaban: unos levantaban a los que caían, otros llevaban a los cansados y débiles sobre sus espaldas. Don Rúa (el futuro Beato) trabajaba más que todos: tomaba a los jóvenes de a dos y los lanzaba incluso por el aire hacia el barranco, y ellos se levantaban rápidamente y corrían alegremente de un lado a otro. Don Cagliero (el futuro Cardenal) y Don Francesia corrían arriba y abajo entre las filas gritando: "¡Ánimo! ¡Adelante, adelante, ánimo!"

En poco tiempo, esas huestes juveniles alcanzaron la cima del barranco y vieron elevarse ante ellos diez colinas, una tras otra.

"Tú", dijo la Guía a Don Bosco, "debes superar estas diez colinas con tus jóvenes".

— "Pero, ¿cómo resistirán los más pequeños y delicados en un viaje tan largo?".

— "Quien no pueda caminar, será llevado", respondió la Guía. Y aquí apareció un magnífico carro resplandeciente de oro y piedras preciosas. Era triangular y tenía ruedas que se movían en todas direcciones. De los tres ángulos salían tres astas que se unían sobre el carro, formando como un pináculo, sobre el cual se alzaba una maravillosa bandera, en la que estaba escrito en letras grandes: INOCENCIA. El carro avanzó y se colocó en medio de los jóvenes. Dada la orden, se subieron al carro quinientos niños. Aquí Don Bosco comenta con tristeza: "¡Solo quinientos, entre tantos miles de jóvenes, eran aún inocentes!".

Colocados en el carro, aparecieron seis jóvenes vestidos de blanco, ya fallecidos en el Oratorio, que alzaban otra hermosa bandera con la inscripción: PENITENCIA. Se colocaron al frente de todas esas falanges de jóvenes que, a una señal, se dirigieron hacia las diez colinas, mientras los niños que estaban en el carro cantaban con una dulzura inefable: "Laudate, pueri, Dominum" (Alabad, niños, al Señor).

Don Bosco continúa: "Caminaba embriagado por esa música celestial, cuando recordé darme la vuelta para ver si todos los jóvenes me seguían. ¡Oh, doloroso espectáculo! Muchos se quedaron en el valle y muchos retrocedieron. Yo, agitado por un dolor indescriptible, decidí volver sobre el camino ya recorrido para tratar de persuadir a esos jóvenes insensatos a que me siguieran. Pero esto me fue absolutamente prohibido".

— "Peor para ellos", dijo la Guía. "Fueron llamados como todos los demás. Vieron el camino, y eso es suficiente". Rogué, supliqué: todo fue inútil. Y tuve que continuar el camino. Aún no se había aliviado este dolor cuando ocurrió otro caso. Muchos chicos de los que estaban en el carro habían caído al suelo. De quinientos, solo quedaban ciento cincuenta bajo la bandera de la Inocencia. Mi corazón estallaba: gemía y sentía mi gemido resonar en la habitación; quería disipar la pesadilla de ese fantasma, pero no podía. Mientras tanto, la música del carro continuaba tan dulce que poco a poco apaciguó mi dolor abrasador.

Siete colinas ya se habían superado y cuando esas huestes llegaron a la octava, entraron en una región maravillosa, donde se detuvieron para descansar un poco. Había moradas de una belleza y riqueza superiores a toda imaginación, con plantas frutales en las que se veían flores y frutas juntas, maduras y verdes: era un encanto. Los jóvenes disfrutaban admirando y saboreando esas frutas. Pero aquí tuve otra sorpresa. De repente, los jóvenes se habían vuelto ancianos: sin dientes, con el pelo blanco, con el rostro surcado de arrugas; cojeaban y caminaban encorvados, apoyados en bastones. Me sorprendía esta transformación, pero la Guía me señaló que las diez colinas también representaban cada una década de vida.

— "Es esa música divina", dijo, "que te hizo parecer corto el camino y breve el tiempo. Mira tu fisonomía y te persuadirás de que digo la verdad".

Y se me presentó un espejo, me miré y vi que mi aspecto se había vuelto el de un hombre maduro, con el rostro arrugado y los dientes escasos y deteriorados.

La comitiva, mientras tanto, se puso en marcha de nuevo. A lo lejos, en la décima colina, aparecía una luz que iba creciendo, como si viniera de una espléndida apertura (¿la puerta del paraíso?). Entonces, comenzó de nuevo el canto tan suave, tan atractivo que solo en el paraíso se puede saborear igual. "Fue tal la emoción y la alegría que inundaron mi alma al escucharlo que me desperté y me encontré en mi habitación".

Don Bosco concluyó diciendo que estaba listo para decir confidencialmente a ciertos jóvenes qué hacían en este sueño: si estaban entre los que se quedaron en el valle o si cayeron del carro.

Don Bosco mismo interpretó el sueño de esta manera: el valle es el mundo; el barranco, los obstáculos para separarse de él; las diez colinas, los diez mandamientos de Dios; el carro, la gracia de Dios; los grupos de jóvenes a pie son aquellos que han perdido la inocencia, pero se han arrepentido de sus pecados. 

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