El fundamento de la doctrina social de la Iglesia es la santidad intrínseca de la vida humana y la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). El respeto y el honor que debemos a Dios, nuestro Creador, se traducen en el respeto de la vida humana y de la dignidad de toda persona humana, así como en el cuidado de toda la creación. Así pues, no protegemos la naturaleza por sí misma. Nuestro compromiso de cuidar la creación de Dios no es una concesión a ninguna ideología o grupo de presión. Es más bien una exigencia de nuestra fe cristiana.
Dios creó al hombre y a la mujer en el jardín y los colocó "para que lo cultivaran y lo cuidaran" (Gn 2,15). En efecto, Dios creó al ser humano en último lugar, porque debe ejercer la responsabilidad de la salud de la creación de Dios. Porque la creación no es propiedad nuestra, ni de unos pocos, que podemos explotar a nuestro antojo. Somos meros administradores, no propietarios. Como administradores, somos cooperadores en el acto de Dios de crear y sostener el mundo.
Ser administradores de la creación implica el compromiso de salvaguardar el medio ambiente. Formamos parte de la creación y estamos en constante interacción con ella. Nuestra incapacidad para salvaguardar responsablemente el medio ambiente provoca degradación ecológica, contaminación, inseguridad alimentaria e hídrica, y conflictos por unos recursos cada vez más escasos. Las graves consecuencias de la destrucción del medio ambiente nos afectan a todos, pero los pobres y vulnerables son los que más sufren. Esta íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta exige que nuestro cuidado de la creación incluya la defensa (advocacy) de los pobres. Por tanto, nuestro cuidado de la creación no puede disociarse del respeto a la vida humana y de una opción preferencial por los pobres y vulnerables. En efecto, la justicia social es inseparable de la justicia medioambiental (LS 16, 139).
Dios ha destinado la tierra y todo lo que contiene para todos los pueblos. Es nuestro hogar común. Independientemente de la religión, la cultura o el origen étnico, todos estamos interconectados y somos interdependientes. Por tanto, debemos cuidar la creación y utilizarla para el bien común de toda la humanidad (GS 69). En consecuencia, es necesario trabajar juntos y crear redes comunitarias para la transformación de las estructuras sociales y económicas de nuestra sociedad mediante la defensa de las cuestiones medioambientales, apoyando políticas e iniciativas a escala local, regional, nacional y mundial que promuevan la sostenibilidad ecológica.
Por encima de todo, debemos reconocer nuestros pecados y fracasos personales y esforzarnos por restaurar nuestra relación rota con Dios, los demás y la creación. Sólo esta "conversión ecológica" puede transformar nuestros corazones y mentes hacia un mayor amor a Dios, a los demás y a la creación (LS 217-219). Esto se expresa a través de nuestras pequeñas acciones personales cotidianas que conducen a la protección y renovación del medio ambiente: resistir a la cultura del usar y tirar y optar por un estilo de vida más sencillo, reciclar, clasificar los residuos, comprar productos respetuosos con el medio ambiente, ahorrar energía, plantar árboles, reducir el uso del plástico, utilizar más el transporte público, usar más la energía solar, ser un miembro activo de Don Bosco Green Alliance o del Movimiento Laudato Sì . De hecho, no podemos demorarnos. ¡La urgencia de cuidar la creación es ahora!
Para la reflexión y el intercambio
¿Por qué debo cuidar la creación?
¿Qué haré concretamente para proteger nuestra casa común?
P. Alfred Maravilla SDB
Consejero General para las Misiones