María, la figura dominante en la representación del artista Tommaso Lorenzone, sitúa al niño que sostiene en el centro de la atención: como si quisiera decir que toda la devoción mariana se orienta hacia el gran misterio de la Encarnación, del que deriva la razón de la Esperanza que anima la fe cristiana.
María habla de este Hijo inesperado, pero tan deseado para ella y para toda la humanidad: el anuncio del Arcángel Gabriel comunica la Voluntad de Dios Padre, la de volverse parte de la carne que constituye toda persona y liberarla de sus límites naturales para transformarla en vida sin límites de tiempo, buena y eterna como Él.
La mujer que concibió al nuevo Adán, le contó a los apóstoles lo que había sucedido en su vida. Podemos pensar en la prudencia con la que les narró la Anunciación, la reacción de José, el conocimiento del misterio que tuvo cuando encontró a Isabel. Ciertamente, dijo mucho sobre su hijo pequeño y su maduración religiosa.
María acompañó a los discípulos asustados y llenos de interrogantes después de la muerte infamante en el Calvario, les ayudó a recomponer el difícil mosaico de sus enseñanzas, les animó a repetir los gestos que él hacía: la bendición del pan y del vino, compartir la oración, la imposición de manos a los enfermos... Es hermoso constatar que la fiesta de María Auxiliadora cae cada año muy cerca de Pentecostés, como para decir que el encenderse del fuego del anuncio, debe ponerse al lado del recuerdo de la cercanía, que ella dio a los seguidores de la primera hora.
Por eso el retablo de la Auxiliadora no se limita a describir la relación Madre-Hijo, sino que describe -narra de hecho- el desarrollo de la Iglesia: la Palabra pacientemente destilada en los Evangelios; los dos mayores testigos, Pedro y Pablo, servidores de la inculturación del kerigma; los apóstoles, primeros misioneros enviados a predicar a ese Hombre, a todas las naciones.
En el retablo de la Basílica se hace referencia al Reino de Dios, que crece en el Cielo con los ángeles que son sus gozosos abanderados, y en la Tierra con los trabajadores de la caridad. En los lugares de África, Asia y América Latina donde los enfermos y los muertos no tienen ayuda; en las naciones ricas donde el individuo se siente perdido en los mecanismos de la sociedad, la Madre de Jesús va diligentemente como a la casa de Zacarías, y envía los recursos de los corazones transformados de piedra en energía palpitante.
María está allí, escucha, dialoga con todos estos hijos de la Luz. Ella cuenta a los que quieren escuchar, acompaña a quien fatiga, a quien está buscando, o se siente perdido.
Y repite lo que dijo en Caná: "Haced lo que él os diga": es así, señalando a su Hijo, que nos da su mayor ayuda.