En un país que sorprende por la belleza ¿háblanos de la belleza de su gente?
El encanto de la naturaleza acompaña la belleza más preciosa de su gente que se le encuentra a lo largo del camino. Comenzando por los amigos, que han tenido la paciencia de caminar un poco más lento para poder caminar con ellos. Fundamental he aprendido a conocer la cultura malgache, que aparte de su belleza es tan diferente como fascinante.
También recuerdo a los miembros de los equipos sociales que, que están en las escuelas y en los oratorios salesianos. Ellos dan afecto a los muchachos y chicas que van al oratorio, un afecto que a menudo es negado por las familias. Las personas son simples, pero extraordinaria en su grandeza por transmitir el deseo de dedicar sus vidas a apoyar a los otros y lo hacen con tanta su pasión.
Finalmente Clare, mi compañero de aventura, me ayudó a hacer este viaje para que sea un viaje especial, lleno de alegrías y también de dificultades, donde aprendimos a vivir como una familia y sin ella no habría sido lo mismo.
¿Qué traes a casa después de este tiempo de experiencia, cuál es el beneficio para el futuro?
Me llevo conmigo el sentimiento de paz para mi vida y una gratitud a aquellos que a lo largo de este camino, han abrazado mi diversidad y me han acompañado de la mano por esta experiencia. Especialmente me llevo, la certeza de que cuando entras en el juego de servir, y realmente lo haces, no puedes permanecer igual contigo mismo. Escuchas, experimentas límites, te caes, y aprendes.
Cada encuentro, cada desafío deja una nueva experiencia y una riqueza que todo el mundo tiene que aprender.
¿Fue un año intenso?
Sí, bajo muchos puntos de vista. He conocido límites y he descubierto la calidad de mi vida que solo conocía una parte. Me hice lo suficientemente pequeña para dejar espacio, pero sobre todo experimenté que lo que cuenta en la vida, no es el camino recorrido, sino con quien lo recorres y con quien compartes, esa es la luz que lo llevo como un tesoro.
