Estar en movimiento es una condición inherente de las sociedades que hoy se ha vuelto más evidente y problemático. Desde siempre nuestros pueblos han sido construidos e enriquecidos con el aporte de millones de personas que han dejado su tierra de origen y han portado con ellos sus raíces y su legado cultural haciendo de cada país un lugar más rico donde se han construido nuevas formas de vida.
Este encuentro entre personas de diferente origen inicialmente trae consigo tensiones e incomprensiones, temores a lo que es diverso y un rechazo natural a salir de las seguridades y generalmente se termina por construir barreras y muros para defenderse. Hay más comodidad con personas similares a nosotros, que piensa y siente como nosotros.
Hoy en nuestra cultura es siempre más frecuente toparse con aquellos que son “diferentes a nosotros”, y quiérase o no, las personas deben tomar una decisión respecto a cómo se relacionan con los demás. En nuestras ciudades el verdadero problema no es acoger a las personas que llegan sino más bien en la incapacidad de escucharlos. La ciudad pone sus barreras y termina en muchos casos por aislarlos. Y aquellos que van en contra de este sistema y buscando humanizarlo, generalmente provocan rechazado.
Tenemos dos opciones o podemos continuar a vivir nuestra vida alejándonos, ignorando o rechazando a los que son diferentes o podemos comenzar a intentar conocer, comprender, convivir y respetar a los forasteros que llegan a nuestras ciudades. La segunda opción es seguramente la más difícil, pero la más valiente porque nos obliga a salir de nosotros mismos y hacer lugar al “otro”.