"Descubrí el problema de la adicción a las drogas en los años de estudio en Córdoba, que trabaja en la miseria villas, donde como Salesianos tratamos de traer una presencia agradable y una ayuda real, especialmente para los jóvenes que están en mayor riesgo - dice -. La drogadicción destruye a las personas y sus familias. Lo primero que se debe hacer es ayudarlos, hablar con ellos, compartir un poco de experiencia, jugar al fútbol y crear espacios abiertos de confianza para ayudarles a salir y empiecen de nuevo”.
¿Cómo son los chicos de Ludueña?
En el barrio hay mucha vida y ganas de crecer. Son muchachos que no tienen mala leche con nosotros. En cada uno de ellos hay bondad y aprendemos mucho de ellos, incluso de aquellos que están a la deriva... pero están en un ambiente de exclusión y violencia tal que muchas veces sacan lo peor de cada uno. Algunos tienen a sus padres presos o no los tienen, y aunque están involucrados con ciertos consumos problemáticos y violencia, se esfuerzan por salir adelante. Pero crecen en una realidad muy fea todos los días: hace poco hubo un tiroteo en las vías muy cerca de donde niños de cinco años jugaban. Y todo parece naturalizado. Hay mucha violencia doméstica, trabajo infantil, machismo, violaciones, droga y muerte. Pero también es cierto que la Iglesia por mucho tiempo estuvo lejos de las zonas pobres y, aunque comenzando con el compromiso del P. Edgardo Montaldo que estuvo cuarenta años entregando su vida y fue un pilar desde la promoción humana, y siguiendo con el trabajo de las comunidades, fueron los evangelistas quienes coparon la parada.
Y dice con su eterna sonrisa que cuando llegó a Ludueña escuchó un dicho que resume todo: “Vamos a lo de los curas a comer y los sábados al culto evangélico”.
¿Hay desnutrición?
Sí, siempre se dan casos, especialmente con bebés. Habría que ver las estadísticas pero se nota que hay chicos que tienen un nivel de deterioro mental por falta de alimentos en sus primeros años. Y a veces no llegamos a dar respuestas con los comedores porque éstas deben ser más profundas. Con todo eso, tozudamente te diría, tenemos esperanza y seguimos trabajando todos los días para evitar que haya personas en el barrio que no tengan acceso a un trabajo digno por portación de rostro.
¿La muerte está naturalizada?
En Ludueña hay muchísima gente honrada y trabajadora que se horroriza ante las muertes y lucha para generar conciencia de cuidado de la vida. Pero también hay familias que perdieron a algún ser querido por la impunidad, la violencia, el gatillo fácil y las drogas; hay muchachos que tienen en las espaldas la muerte de algún ser querido y, como no tienen acceso a la Justicia, quieren hacerla por cuenta propia; algunos pocos están tan jugados que naturalizan la muerte y no tienen códigos con nadie.
"Las instituciones policiales y carcelarias no son ajenas a esta forma de pensar generalizada y el primer enfoque en su tarea es represión y castigo. El sistema policial está armado como una cuestión de castigo y no de reeducación", asegura. Y según dice el Martín Fierro, «la Justicia es como el cuchillo, no lastima al que tiene el mango»".
La voz de los chicos
La realidad de las villas es el peor de los rostros de la pauperización social.
El salesiano lo sabe. Y sabe también que es mejor la voz de un niño que cuente sus problemas para ver si alguien, alguna vez, levanta el volumen de sus oídos.
Esta la escribió Lorena, alumna de cuarto año de la escuela secundaria Don Bosco de Ludueña, que en primera persona cuenta los dolores y dificultades, esperanzas y alegrías que se viven en lo cotidiano: "Fuimos testigos de la pérdida de varios de nuestros muchachos en los últimos tres años y hoy se ve en los rostros de muchos la falta de alimento, cada día se experimentan en nuestras calles la pobreza, la droga y la delincuencia".
(...) "Una vez, unos visitantes del barrio preguntaron ¿por qué eligen drogarse en lugar de comprarse algo para comer? Y los jóvenes contestaron que la droga te hace olvidar el hambre y la dura realidad en la que vives, aunque sea por un momento. Estos muchachos no tienen trabajo, y muchas veces no los contratan por no haber terminado la escuela, es por esto que son esclavos de sus realidades, esta secuencia se repite a diario, conduciéndolos a la total marginación de la sociedad, que encima mira para otro lado, como si no existieran".
"Los muchachos del barrio también tienen sueños, todos tienen bondad en su corazón, aunque a veces se sientan atrapados por una realidad que los impulsa a tomar malas decisiones. Las familias luchan día a día por crecer en dignidad, llevando un plato de comida para sus hijos, haciendo changas, cirujeando".