El simposio comenzó con un discurso introductorio, seguido de una oración guiada por el párroco. Los participantes se involucraron en discusiones sobre los temas clave del Vaticano II, poniendo especial énfasis en la transición de una Iglesia centrada en el clero a una comunidad más enfocada en los laicos. De hecho, uno de los principales objetivos del evento fue destacar que cada fiel desempeña un papel vital en la misión de la Iglesia, no sólo los sacerdotes y religiosos.
El padre Jesudoss Periyanayagam, director de Deepagam, subrayó en su discurso programático la continua relevancia de los documentos del Vaticano II, enfatizando que, a pesar de los sesenta años transcurridos desde el Concilio, muchas de sus visiones aún están por cumplirse. Los debates incluyeron reflexiones sobre los veintiún Concilios Ecuménicos y los desafíos que enfrentaron, proporcionando un marco para una comprensión más profunda del Vaticano II.
Los participantes analizaron ideas incorrectas difundidas antes del Vaticano II, especialmente sobre la naturaleza de Dios y de la Iglesia. Históricamente, la Iglesia era percibida como separada del mundo, con un enfoque exclusivo en la vida espiritual, descuidando las realidades cotidianas. Esta perspectiva fomentó una separación entre la Iglesia y la sociedad, así como la perpetuación de divisiones dentro de la comunidad. El simposio también buscó redefinir el papel de la Iglesia en el mundo moderno. Se afirmó que la Iglesia debe comprometerse más profundamente con las cuestiones sociales, promoviendo el diálogo y la colaboración con los distintos sectores de la sociedad.
Los participantes coincidieron en que la Iglesia no debe adoptar una actitud de superioridad, sino esforzarse por la inclusión y la comunión con el mundo.
A lo largo de las sesiones, se introdujo una perspectiva científica, debatiendo sobre la relación entre humanidad y espiritualidad. La idea de que la energía no se crea ni se destruye fue comparada con la continua creación de Dios, reforzando la noción de que la humanidad colabora con el plan divino. Esta relación es clave para entender el Reino de Dios, la revelación y el propósito divino para la humanidad.
Durante el simposio, se destacó la importancia de la inculturación, exhortando a los participantes a interpretar la Palabra de Dios a la luz de las realidades contemporáneas. Las conclusiones enfatizaron que la Iglesia es una comunidad peregrina, en camino hacia su realización en Dios, mientras permanece comprometida con el mundo que la rodea.
El evento incluyó talleres donde los participantes discutieron los temas del Vaticano II en pequeños grupos. En estos círculos se expresó un deseo colectivo de un “nuevo cielo y una nueva tierra”, resaltando la necesidad de cumplir la voluntad de Dios y participar en su plan. Los asistentes destacaron la importancia de una participación activa en la política, la oración personal y familiar, y una mayor comprensión de los documentos del Vaticano II. También asumieron el compromiso de anunciar a Cristo a los no cristianos y promover la igualdad dentro de la Iglesia.
Se valoró el uso de lenguas vernáculas en la liturgia y la promoción de la igualdad de género en las prácticas religiosas. El amor y el afecto se destacaron como valores cristianos fundamentales, junto con la importancia de enfrentar los desafíos de la Iglesia en el ámbito de la solidaridad.
El simposio concluyó con reflexiones sobre los debates realizados, resaltando el valor del amor familiar, la igualdad en las actividades comunitarias y el papel activo de los laicos en la Iglesia. Se alcanzó un consenso sobre la necesidad de una Iglesia inclusiva y accesible para todos.
El evento ofreció a los participantes una plataforma para profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, fomentando un renovado compromiso con vivir estos principios en sus respectivas comunidades. Finalmente, se compartió un sencillo momento de ágape fraterno, fortaleciendo aún más el sentido de comunidad y propósito compartido.
En general, el simposio representó un paso importante para llevar el espíritu del Vaticano II a los fieles locales, capacitándolos para asumir un papel activo en la misión de la Iglesia y promoviendo un camino colectivo hacia una comunidad eclesial más inclusiva y comprometida.
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