“…tomándome aparte aquel desconocido, me dijo:
-Ven, que te voy a hacer ver el triunfo de la Congregación de San Francisco Sales. Súbete sobre esta roca y verás.
Había una gran peña que sobresalía en medio de aquella llanura inconmensurable y me subí a ella. ¡Qué inmensidad se extendía ante mis ojos! Aquel campo, que jamás había imaginado tan vasto, me pareció que ocupase toda la tierra.
Estaban reunidos hombres de todos los colores, vestidos de las formas más diversas, de todas las nacionalidades. Vi tanta gente que no sabría decir si en el mundo existe una población semejante. Comencé a observar a los primeros que se ofrecían a nuestra vista. Estaban vestidos como nosotros los italianos. Yo conocía a los de las primeras filas y había numerosísimos salesianos que conducían como de la mano a multitud de escuadrones de niños y de niñas. Después les seguían otros en varios grupos; y después otros muchos a los cuales no conocía y a los que no podía distinguir, formando un número indescriptible. Hacia el mediodía aparecieron ante mis ojos, sicilianos, africanos y un pueblo integrado por un número incontable de gente desconocida para mí. Todos eran conducidos por los salesianos, de los cuales sólo conocía a los que iban en las primeras filas.
-¡Vuélvete!, me dijo aquel desconocido.
Y he aquí que vi ante mí a otros pueblos de gente incalculable por su número, vestida de una manera diversa que nosotros; llevaban pieles y una especie de capas que parecían de terciopelo, todas de distintos colores. Aquel personaje me hizo dirigir la mirada hacia los cuatro puntos cardinales. Entre otras cosas, hacia la parte de oriente, vi unas mujeres con los pies tan pequeños que apenas si podían estar de pie y que casi no podían caminar. Lo más maravilloso era que por todas partes veía salesianos que conducían falanges y falanges de niños y de niñas y, al mismo tiempo, un concurso inmenso de pueblo. Siempre me eran conocidos los que iban en primera fila; pero a los que venían detrás los desconocía por completo, lo mismo a los misioneros. Muchas cosas no las puedo contar con todos sus pormenores porque me haría interminable.
Entonces el desconocido, que me había guiado y me había aconsejado lo que tenía que hacer, tomó de nuevo la palabra y me dijo:
-Mira, observa; ahora de momento no comprenderás todo cuanto te voy a decir, pero, presta atención: todo cuanto has visto es la mies preparada para los salesianos. »Has visto qué campo tan inmenso por cultivar? Pues esta extensión sin límites ante la cual te encuentras es el campo reservado a tus hijos. Los salesianos que has visto son los operarios de esta porción de la viña del Señor. Muchos de los que trabajan en ella te son conocidos. El horizonte se dilata ante su vista y has visto aparecer ante ti mucha gente para ti desconocida; esto quiere decir que no solamente en este siglo sino también en el próximo y en los siglos futuros, los salesianos continuarán trabajando en su campo. Pero »sabes con qué condiciones se podrá conseguir lo que has visto? Te lo voy a decir. Mira, es necesario que hagas imprimir estas palabras que serán como vuestro lema, como vuestra palabra de orden, vuestro distintivo. Nótalo bien: El trabajo y la templanza harán florecer a la Congregación Salesiana. Harás explicar estas palabras, las repetirás continuamente, insistirás en su significado. Harás imprimir un manual que las explique y haga comprender bien que el trabajo y la templanza son la herencia que dejas a la Congregación y, al mismo tiempo, su gloria.
Yo le respondí:
-Lo haré de mil amores; todo esto está muy de acuerdo con el fin que nos hemos propuesto; es lo mismo que recomiendo a mis hijos día a día y siempre que se me presenta la ocasión.
-»Estás, pues, bien persuadido de ello? »Me has comprendido bien? Esta es la herencia que les dejarás y di, con toda claridad, que mientras sepan corresponder tendrán seguidores al mediodía, al norte, al oriente y al occidente. Ahora termina los ejercicios y encamínalos a su destino. Estos serán los modelos, después vendrán los otros.
Y he aquí que aparecieron nuevamente los ómnibus para conducirnos a todos a Turín. Yo observaba atentamente y pude ver que eran unos vehículos sui generis, extraños a más no poder. Los nuestros comenzaron a subir a ellos; mas aquellos ómnibus no tenían apoyo por ninguna parte y yo me temía que los jóvenes se cayesen de ellos y no quería dejarlos partir.
Pero el guía me dijo:
-Deja, deja que marchen; no necesitan apoyo, basta que cumplan bien aquella máxima: Sobrii estote et vigilate. Si se pone bien en práctica esto, no hay peligro de caer, aunque no estén apoyados en nada y la carroza siga su marcha”.