Pienso en las otras ciudades de Italia y sus calles vacías, restaurantes cerrados y gente forzada a estar en sus departamentos, cantando canciones por las ventanas, no sé si por aburrimiento o para darse esperanza mutua. Creo que muy pocos de nosotros se imaginaron lo rápido que llegaría la enfermedad justo aquí a nuestras casas, nuestros colegios y oratorios.
Pienso en las escuelas cerradas de tantos países donde los niños que dependen de los desayunos y almuerzos escolares para su buena alimentación. Pienso en sus padres que probablemente perderán ingresos, y me pregunto cómo van a hacer en un futuro inmediato para proveer para sus familias.
Pienso en nuestras vidas y nuestras comunidades religiosas acostumbradas a riesgos calculados, agendas organizadas y procesos previamente planificados que fueron violentamente interrumpidos dejándonos perplejos en medio de una sensación de precariedad.
Pienso en el rol que los medios de comunicación social están teniendo y que continuamente tienden al amarillismo en la presentación de los hechos, con tendencia a distorsionar la realidad. En la historia de las epidemias, frecuentemente se ha observado esta tendencia en presentar los problemas inadecuadamente y causando pánico entre los ciudadanos. Me pregunto si no hay lugar para la Esperanza en las acciones generalmente heroicas de muchos conciudadanos...
Pienso en el gran mito que hemos construido de un mundo tecnificado, ciudades planificadas y espacios seguros. Ahora experimentamos nuestra debilidad y esa fragilidad nuestro ego no la desea reconocer, ya que nos hace intuir que nuestra vida se encuentra en otras manos y que no somos nosotros sino Dios quien determina la Historia.
Pienso en tantos salesianos, hombres de fe y esperanza, que comparten el sufrimiento junto a nuestros jóvenes que ven caer seres queridos a causa de esta pandemia y que confortan a tantos que enfrentan el miedo a lo desconocido.
Esperemos que la pandemia del coronavirus sea un ejemplo de colaboración global para vencer a otros desafíos de la humanidad: la desigualdad, los cambios climáticos, la intolerancia, el racismo y la exclusión.
Esta epidemia va a finalizar tarde o temprano. Mientras tanto, espero que el virus nos haga entender mejor que todos somos seres humanos, y que cuando con la ayuda de Dios unimos nuestras fuerzas, podemos lograr mucho.