Una de ellas es Berta André, una mujer angoleña que ha vivido toda su vida en uno de los barrios más pobres y peligrosos de la capital del país, Luanda. Allí, ella sola ha sido capaz de sacar adelante y dar estudios universitarios a cinco hijos, adoptar a otros tres y criar y educar en su casa a más de un centenar de menores abandonados, recogidos en las calles o enviados por sus madres a Luanda durante los años de la guerra.
Su vida no ha sido sencilla. Su marido bebía demasiado y se fue de casa, dejándola con cinco hijos pequeños: Ecson, Estanislao, Brigida, Luzia y Georgio. Dejó su trabajo cuando los Salesianos empezaron a atender a niños de la calle y necesitaban una madre.
A finales de los años 90 se mudó a una pequeña casa con sus cinco hijos para atender a ocho “meninos”, que la siguiente semana se convirtieron en 12 y un año después ya eran 25. “Mis hijos mayores me ayudaron mucho y todos eran hermanos. Me levantaba de madrugada para preparar el desayuno, tener agua para el aseo… llevarlos al colegio, curarlos cuando estaban enfermos, todo era un sacrificio”.
Berta ha sido y es mucho más que una madre para todos ellos y un emblema en el barrio, porque saca tiempo para visitar enfermos, ser líder comunitaria, profesora, catequista, enfermera, albañil… “tengo ya algunos dolores, pero quiero desgastarme dándome a los demás”.
“Los misioneros me dijeron que el Señor me escogió. Ellos me ayudaron a descubrir que hay que darse a los demás como Don Bosco, aunque es verdad que en alguna ocasión pensé en tirar la toalla, pero el Señor y María Auxiliadora siempre me ayudaron”, asegura.
Berta conoce la vida de Mamá Margarita, “y a mí también me han pasado las mismas cosas que a ella, porque los meninos también me robaban a veces, pero cuando se trabaja con el corazón todo es más fácil”, y asegura que “todo es obra de Dios. Conseguimos ayudar a muchos menores preparándolos para que volvieran con sus familias y también para la sociedad devolviéndoles la dignidad. No sé cómo agradecérselo a Dios y a Don Bosco”.
El mayor orgullo de Berta es todos los niños que han pasado por su casa, que han sido más de un centenar, y a los que siempre trató como a sus hijos: “los niños que he tenido han sido ejemplares”.