Huérfano de padre y madre, Lamín vivió desde pequeño en las calles de Freetown y aprendió a sobrevivir usando su astucia y su fuerza para primero mendigar y después robar. En ese tiempo probó de todo: alcohol, marihuana, cocaína y sexo con prostitutas. Estuvo dos años en la Prisión de Pademba y cuando salió, se acercó a Don Bosco Fambul pidiendo ayuda, pero “la calle” fue más fuerte y reincidió.
Al ser la segunda vez, cuando lo detuvieron lo ‘marcaron’ como es la costumbre en Sierra Leona. Gracias a Dios no le rompieron los brazos ni los dedos, pero sí le hicieron varios cortes con un machete en la cabeza, y en los brazos y para que cojeara de por vida, le cortaron el tendón de Aquiles.
Las cicatrices serían a partir de entonces su etiqueta de por vida: “ladrón cazado”. Lamín había tocado fondo y lo sabía, así que cuando lo reconoció comenzó su viaje de vuelta, su rehabilitación y su sanación.
El director de Don Bosco Fambul le dijo que en sus cicatrices está su gloria y que no tiene que sentirse avergonzado de ellas. Que no las oculte. “Ellas muestran, junto con tu capacidad de rehabilitación, que siempre existen segundas oportunidades en la vida y que no importa lo bajo que hayas caído”.
Su vida es un ejemplo de superación: está terminando la Secundaria y quiere estudiar Trabajo Social para ayudar a los chicos de la calle en el futuro. “¡Quiero ser santo!”, dijo al final de esa conversación casi a modo de confesión. Su determinación estremeció al propio Jorge Crisafulli porque sus ideales finalmente iluminaban su pasado de sufrimiento y su historia adquiría un nuevo rumbo y sentido.
Cuando un periodista le preguntó a Nelson Mandela si se consideraba un santo contemporáneo, él contestó: “Si un santo es un pecador que sigue intentándolo, que nunca tira la toalla, entonces sí, soy un santo”. ¡Lamín sigue esforzándose!.