Es necesario, en nuestros entornos eclesiales, ofrecer a los jóvenes espacios de acogida, intercambio y corresponsabilidad dentro del plan pastoral de las parroquias, movimientos católicos y escuelas, incluyéndolos en grupos pastorales, en los órganos pastorales de comunión y participación, como los consejos parroquiales, y asignarles roles de responsabilidad y liderazgo.
Se necesita valor para romper las barreras y los prejuicios según los cuales los jóvenes "no son muy expertos en tomar decisiones y solo cometen errores" (véase Instrumentum Laboris, n. 33).
El Sínodo es una oportunidad para una conversión pastoral y misionera de las comunidades cristianas, para que puedan dar a los jóvenes aquello que tienen derecho, lo que desean y lo que esperan: una Iglesia–familia, en la cual sentirse parte viva; una iglesia –hogar, donde todos encuentren espacio, donde todos cuidan de todos, donde se experimente la fraternidad cristiana que brota de la fe y el amor de Jesús.
La educación y la evangelización de los jóvenes y la revitalización y el futuro de nuestras comunidades pasan inevitablemente por la oferta a los jóvenes de entornos eclesiales impregnados por un verdadero espíritu familiar.