“El 86% de la población en el campo de refugiados la forman mujeres y niños y más del 60% son menores de edad… que son la motivación de nuestro compromiso con la educación y la evangelización. Debemos cuidarlos y darles una formación integral”, asegura el director de la comunidad, el P. Lazar Arasu.
Los refugiados tienen hambre y sed, no tienen un hogar, no tienen ropa, no tienen educación y necesitan la atención y el cuidado que les proporcionan los Salesianos. “Hemos comenzamos la escolarización inicial y otras actividades pastorales. Espero y rezo para que con la ayuda de Don Bosco, tengamos éxito en este servicio pastoral”, comenta el misionero salesiano.
Las condiciones de vida, sin embargo no son fáciles. Viven en la extrema pobreza, pero “contentos”, como expresa el P. Ubaldino Andrade: “Una casa para los misioneros, con un solo cuarto dividido por cortina, techo de paja y paredes y piso de barro. A un lado hay un espacio para dormir, un lugar para una cama o una esterilla que se extiende en el piso durante la noche”.
Este es el refugio donde los misioneros se ‘esconden’ para cubrirse de las tormentas de arenas “y donde nos refugiamos para esperar que pasen las pesadas y extremadamente calientes horas del mediodía”, señala el P. Ubaldino. En un lugar cercano tienen la letrina y un improvisado cuarto donde se duchan con agua que deben llevar desde los pozos, a unos 250 metros del campamento.
Narra la historia que el lugar donde se encuentra el campo de refugiados eran tierras de pueblos luchadores y guerreros. En unas de las batallas, los misioneros intervinieron para establecer la paz obligando a los guerreros a guardar sus armas. “Pala” significa cuchillo o machete, y “Bek” significa guardar, regresarlo a su bolsa. Palabek significa por tanto “guardar el arma de guerra” (machete). Este es el origen del nombre del lugar donde actualmente se encuentra el Centro para refugiados y donde los Salesianos decidieron quedarse a vivir con ellos.