“La idea surgió de un grupo de animadores de Maturana – explican - que en una fiesta de María Auxiliadora deciden cambiar el ritmo de las canciones de Misa e imprimirles un ritmo fuera de lo común”. Y Francisco Romero, argumenta “que no son una banda musical, sino un grupo de animadores que tocan instrumentos, que buscan divertir a los demás, que trasmiten alegría y sobre todo el carisma salesiano”.

Cuando comenzaron a tocar e interpretar, la respuesta del público fue todo un éxito y los músicos comenzaron a entender que eran un canal para transmitir un mensaje y utilizar un lenguaje juvenil. Ambos artistas coinciden que esta es la manera en la que les gusta vivir la fe y se sienten cómodos a la hora de animar. Lo artístico lo viven como vehículo de evangelización.

Hay un momento clave en el que todo artista descubre su vocación. Francisco no mostró interés por la música desde el primer día, sino que fue algo que se manifestó poco a poco y, principalmente en su adolescencia: “Me acuerdo que había una guitarra en casa… Estaba ahí y llamaba la atención y un día me despertó la curiosidad al ver el estuche y le pedí a mi madre que me enseñara unos acordes. Desde aquel día nunca dejé la guitarra”.

“Me di cuenta – describe Diego - de que los jóvenes escuchan al que tiene el micrófono. El que habla tiene una oportunidad… Los parlantes hablan a mucha gente y el escenario hace que te miren. Entendí que lo que digo y hago es lo que Dios me dice”.

Ambos artistas están de acuerdo en que el ser salesiano repercute directamente en el arte. “Mi ser salesiano está unido al tema de la alegría. La música que hago canta a favor mis valores. Trato de ser yo mismo en todo momento, con mi sentido salesiano, disfrutando de lo que hago”, afirma Francisco.

“Puedo regalar canciones que hablan de la vida misma – explica Diego – y que justamente eso es Dios. Mi historia no podía haber sido otra. El ser salesiano y ser músico son la misma realidad”. 

• Francisco Romero Francisco Romero
•  

Tweet