Mientras se desarrolla el trabajo en las comisiones – desmontando y reconstruyendo las dinámicas entre los miembros de los seis grandes grupos, con el fin de maximizar la intensidad del diálogo entre los participantes – a mitad del día, los doscientos veinticinco capitulares celebraron en la basílica de María Auxiliadora el rito de la imposición de ceniza, que dio inicio a la eucaristía, presidida por el padre Giuseppe Roggia.
Recordando la práctica agrícola de esparcir ceniza sobre los campos y huertos – ceniza acumulada durante el invierno de los fuegos para calentarse –, el símbolo de la liturgia de hoy debe ser considerado también como un gesto orientado al renacimiento.
“El período de cuarenta días en el que estamos entrando no nos introduce en un duelo sagrado”, explicó el celebrante, “para que se realice – a través de un sacrificio que consiste en la renuncia al consumo o en su reducción – un principio de mejora personal”. Se trata, más bien, de ponerse nuevamente en camino con convicción para alcanzar la plenitud de la vida. Prescindir de algo o comprometerse a dedicar más tiempo a la oración debe permitirnos adentrarnos más profundamente en nuestro corazón. “Más que un tiempo de mortificación, debemos vivir la Cuaresma como un tiempo de vivificación”, sugirió el padre Roggia.
Muchos percibieron en las palabras pronunciadas durante la liturgia eucarística posibles analogías con el trabajo que se está llevando a cabo en la Congregación. También el Capítulo mira hacia el futuro, revisando los terrenos en los que podrán sembrarse nuevamente las semillas del carisma salesiano.
La primera labor, con el despertar de la primavera, es precisamente esparcir un polvo que parecería “de desecho”, pero que en realidad es un concentrado de minerales que dará nueva energía a los terrones de tierra empobrecidos por su explotación anterior, y que al mismo tiempo actúa como una barrera que mantiene alejados a los insectos dañinos. Es un trabajo orientado a la esperanza de una buena cosecha, de lo que más se necesitará para alimentar y dar satisfacción. En el momento, uno se encuentra con las manos polvorientas y la respiración un poco agitada, pero la experiencia ha enseñado que se trata de un servicio indispensable.
“Los días que nos esperan sirven para reconciliarnos con los demás y con nosotros mismos”, reiteró el padre Roggia. “Es un camino que repetimos para actualizar la pregunta: ¿qué es lo que define mejor mi persona?”. Esto vale para cada individuo, y vale también para los Hijos de Don Bosco en su conjunto.
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