Esta iniciativa fue la segunda "misión" del Movimiento Juvenil Salesiano, dirigida especialmente a los más pequeños de Skid Row. La idea de montar una mesa sencilla con hojas para colorear surgió de Victoria Figueroa, responsable del Movimiento Juvenil Salesiano en la zona de Los Ángeles, quien se dio cuenta de la magnitud del problema mientras repartía comida a las personas sin hogar. En esta ocasión, entraron en contacto con doce niños, un momento breve pero de gran impacto para ellos.
Cuando los voluntarios se instalaron junto a las tiendas de campaña que se usan como viviendas, las familias comenzaron a acercarse y los niños pronto encontraron alegría en colorear, jugar y pintarse las caras. Aunque al principio estaban intimidados, los niños se abrieron gradualmente, compartiendo de dónde provenían, y contaron que muchos eran de Colombia, México y Venezuela.
Desafíos más allá del día
Para los voluntarios, las actividades del día representaron solo el inicio. Las complejas emociones de los padres, que se mostraron más reservados y cautelosos, revelaron una realidad más profunda. Un padre, al ser consultado, se negó a compartir más detalles, reflejando el miedo y la incertidumbre que acompañan a la situación de no tener hogar. Los voluntarios comprendieron que, aunque pudieron traer alegría en ese momento, tal vez nunca volverían a ver a estas familias: una realidad desalentadora en el mundo transitorio de Skid Row.
Lamentablemente, la iniciativa no cuenta con recursos suficientes para convertirse en un apoyo duradero. Sus esfuerzos se limitaron a brindar esperanza y alegría, pero no tienen los medios para abordar necesidades más sistémicas como la educación, la vivienda o el acompañamiento emocional. Es precisamente aquí donde la asociación espera poder ser ayudada por una comunidad más amplia.
Reflexiones y relaciones personales
Aunque breve, la experiencia tuvo un impacto duradero tanto en los niños como en los voluntarios. Una voluntaria recibió un gesto sincero: un dibujo coloreado que uno de los niños le dedicó. Otra tomó una foto con un niño mayor, en la que ambos dibujaron un corazón en la mano para simbolizar su vínculo. Estos pequeños momentos de gratitud resonaron profundamente en los corazones de los voluntarios, recordándoles que su sola presencia pudo haber hecho la diferencia.
A pesar de los desafíos, el equipo encontró lazos culturales que facilitaron sus interacciones. Muchos de los voluntarios provenían de familias inmigrantes y hablaban español, lo que les permitió comunicarse libremente con los niños y crear conexiones significativas. “Algo que realmente me impactó”, dijo un voluntario, “fue la curiosidad de los niños por saber de dónde veníamos”. Este intercambio cerró las brechas culturales y creó un ambiente de comprensión mutua.
Reflexión y compromiso
El día de sensibilización fue más que una simple serie de actividades; fue una poderosa experiencia de aprendizaje para los voluntarios, todos adolescentes. El haber experimentado de primera mano la realidad de las personas sin hogar los hizo más conscientes de las complejidades e injusticias en su ciudad. También los inspiró a apreciar sus propias oportunidades y a comprometerse a usar sus privilegios para ayudar a los demás.
Unirse para marcar la diferencia
Esta experiencia no hizo más que fortalecer el compromiso de los voluntarios de llevar esperanza a estos niños y a estas familias, aunque solo sea por un breve período. Pero no pueden hacerlo solos. Por eso, invitan a otros a contribuir con voluntariado, donaciones, concienciación y oraciones. Apoyar al Centro Juvenil Familiar Salesiano puede ayudar a mantener estos esfuerzos y continuar marcando la diferencia en la vida de quienes más lo necesitan.
Las sonrisas y las risas compartidas ese día fueron pequeñas victorias, pero simbolizaban algo más grande: la convicción de que, juntos, es posible trabajar por un futuro más brillante para todos.
Juan Carlos Montenegro