Con su sonrisa y amabilidad típicamente japonesas, el padre Juan atiende a todo aquel que se apega por su iglesia, sea para pedir un consejo, para confesar sus pecados o para requerir que oficie una misa, lo cual acepta con agrado.
Revivir pasajes de su niñez deja entrever algo de tristeza en su rostro y con voz algo entrecortada recuerda que cuando tenía dos años su padre murió en la gran guerra chino-japonesa (1937-1945), a la que fue como soldado, dejando sola a su madre con tres niños.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, en la que Japón fue derrotado por EEUU luego de lanzar las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, el hospital militar, fue adquirido por las Madres Adoratrices. Conoció a Sor Teresa Takashima, quien propició su ingreso a la escuela Don Bosco y luego, fue beneficiado entrando hogar de niños huérfanos. Un año después su madre falleció y quedó al cuidado en el hogar Don Bosco, donde a los 14 años recibió la primera comunión y desde entonces quiso ser cura.
Se ordenó sacerdote el 21 de diciembre de 1966. Hizo la petición como misionero y fue enviado a Bolivia, donde se enamoró de la gente.
El padre Juan confiesa que la música ayuda mucho en una misa, eso atrae a los fieles, y por ello demuestra su arte en cada celebración; esto también le atrajo muchos amigos.
El P. Kurahashi estima que en Bolivia han escuchado sus misas 500.000 personas, “he bautizado a 30.000 niños y he casado a 5.000 parejas las cuales me han buscado exclusivamente por la amistad de muchos años con sus padres”, confiesa.
Fuente: www.eldeber.com.bo