La carta de agradecimiento del P. Octavio, con una invitación para conocer el Hogar, la movió para viajar a Bolivia. Llegó, vio, se quedó unos 3 meses, y decidió quedarse para siempre. Los niños del Hogar le habían conquistado el corazón.
Era el año 1994 cuando empezó su “misión” entre los niños del Proyecto Don Bosco. Se entregó al servicio del Hogar, cuidando del vestuario de los niños. Recogía donaciones de ropa y las arreglaba, lavaba y zurcía, guardando todo lo que pudiera servir. Se trajo todo lo que tenía en su casa, desde la ropa de cama hasta la cocina.
Hablaba un idioma especial, una mezcla de italiano, castellano, esloveno (su origen era de Eslovenia), pero todos la entendían, porque era el lenguaje del amor.
Alimentaba su vida de servicio con la oración: era un miembro más de la Comunidad Salesiana, con la cual cada mañana participaba de la meditación, el rezo de Laudes, la Eucaristía. La corona del Rosario la acompañaba todo el día. Era feliz cuando, por las noches, algún grupito de niños del Hogar participaba en el rezo del Rosario.
Fue proclamada “Cruceña de oro” por las Amigas de Círculo Italiano. Una sola vez viajó a Italia, por la enfermedad y muerte de su único hijo. Volvió diciendo “Ya no volveré a Italia, quiero morir aquí, y ser enterrada en medio de mis hijos del Hogar”. Y este sueño se realizó ahora, el día 10 de septiembre de este año 2016.
Acababa de cumplir los 92 años, pero seguía caminando para no faltar a la Misa todas las mañanas.
Una breve, violenta enfermedad nos la quitó. Estamos seguros que su sonrisa sigue acompañando al Hogar Don Bosco y su vida se convertirá en ejemplo para muchas personas.