Más de un siglo después del traslado y sepultura del Venerable desde el cementerio de la ciudad hasta la Collegiata di Sant'Ambrogio in Omegna, esta operación era necesaria para el tratamiento de conservación de los restos mortales. Esto, debido al movimiento de oración que generó el Venerable y del interés que acompaña en estos años a la figura y el testimonio del joven sacerdote salesiano nacido en Omegnese.
La Causa de Beatificación del ilustre omegnese se promueve gracias a la acción pastoral del párroco, padre Gianmario Lanfranchini, y del grupo de oración que se constituyó con dicha finalidad.
Los restos mortales del Venerable Andrea Beltrami, que no pueden gozar de ningún culto público, ni de aquellos privilegios que se reservan sólo al cuerpo de los beatificados o canonizados, al final del proceso de conservación serán colocados en una nueva urna en el mismo lugar donde estaban en la iglesia parroquial.
Algunas señales acompañaron el reconocimiento: el hecho de que el reconocimiento tuvo lugar en el Baptisterio de San Giovanni, donde se conserva la pila bautismal en la que Andrea Beltrami nació a la vida de los hijos de Dios, el 25 de junio de 1870, al día siguiente de su nacimiento, nos recuerda cómo todo camino de santidad es la maduración de la gracia bautismal.
Además, el haber encontrado en el cajón algunos signos que recuerdan la pasión de Cristo: el crucifijo, el rostro de Cristo coronado de espinas, nos recuerda cómo la experiencia de dolor y enfermedad que marcó la vida del joven Beltrami son fuente de maduración y de santificación.
Finalmente, algo insólito, haber encontrado en la tapa del arcón del Venerable además de su fotografía, la de sus padres y otros familiares, lo que expresa la profunda comunión familiar.
El testimonio del padre Andrea Beltrami es paradigmático de toda una vena de santidad salesiana que comienza con él, con el beato Augusto Czartoryski y el beato Luigi Variara. Él es el precursor de la dimensión víctima-donante del carisma salesiano: “La misión que Dios me encomienda es orar y sufrir”, dijo. “Ni sanar ni morir, sino vivir para sufrir” era su lema.
Muy preciso en la observancia de la Regla, tuvo una apertura filial con los superiores y un amor muy ardiente por Don Bosco y la Congregación. Su cama se convirtió en altar y silla, en la que se inmoló junto con Jesús y desde la que enseñó a amar, a ofrecer y a sufrir. Su habitación se convirtió en todo su mundo, desde el cual escribía y celebraba su Misa: "Me ofrezco víctima con él, por la santificación de los sacerdotes, por los hombres de todo el mundo".
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