Queridas hermanas,
quiero llegar a vosotras no sólo virtualmente, sino sobre todo con el corazón y la oración, sí, vayamos a Mornese, como etapa en el camino hacia Belén, ya cercano. Vivamos este momento importante en el recorrido del 150º de la fundación del Instituto apropiándonos un poco de aquel amor fervoroso de Madre Mazzarello, de nuestras primeras hermanas y de las primeras chiquillas. Apropiémonos un poco de aquella energía joven y contagiosa: en Mornese todo era joven y recién iniciado, y transformaba en vitalidad las emociones, las relaciones, la oración, la actividad. Amor no precisamente ingenuo y dulzón, sino adorador y humilde ante el misterio insondable de la encarnación. La Madre y todas ellas podrán besar el pie de la hermosa estatua del Niño Jesús, que ahora se conserva en Niza. Pero esta ternura no es sentimentalismo devocional estéril, es fe, es gratitud por el don de la salvación que ese Niño trae al mundo con la ofrenda de sí mismo en obediencia al Padre. Es un compromiso renovado con el discipulado.
Madre Mazzarello escribía así a sor Adele David, directora de la casa de Bordighera, el 27 de diciembre de 1879:
“He recibido vuestra carta, os agradezco las felicitaciones y las oraciones que me hacéis y que aprecio de todo corazón. Que Jesús os las corresponda con muchos gestos de amor, y yo a cambio he orado a este tierno Niño Jesús por vosotras. ¿Estáis contentas? Os he repasado a todas vosotras por vuestro nombre, he dicho: sor David, sor Carlotta, sor Giuseppina y sor Marietta, he dicho que os dé su humildad, el desapego de vosotras mismas, el amor al sufrimiento y aquella obediencia pronta, ciega, sumisa que Él tenía a su Eterno Padre, a San José, a María y que practicó hasta la muerte de cruz. Le he dicho que os dé caridad y aquel desprendimiento total de lo que no es Dios, la paciencia y una perfecta resignación a la voluntad de Dios” (C 33).
Que las felicitaciones de Madre Mazzarello en la parada en Mornese, camino de Belén, nos animen a asumir en la vida y en la misión los rasgos cada vez más parecidos a Jesús y nos hagan más conscientes del evento que estamos a punto de celebrar.
En el Evangelio de Lucas encontramos la clave para entrar en el misterio de Navidad (cf Lc 2, 12):
“Ésta es para vosotros la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”.
Con esta Palabra evangélica nos paramos juntas ante la gruta.
¡La Señal es un niño! Nadie es más débil, más frágil que un recién nacido, necesitado de ayuda, y sin embargo es todo vitalidad, energía, es futuro y potencialidad. Es absolutamente “nuevo”, no contaminado. Un niño siempre nos maravilla, nos sorprende.
Este Hijo nos revela también la opción de Dios de encarnarse en un ambiente extremadamente pobre, en una situación de absoluta precariedad y provisionalidad, en un contexto socialmente insignificante, como para expresar que en la absoluta sencillez del nacimiento se realiza en él la nueva creación.
Los Pastores de Belén fueron los primeros en llegar a la gruta. El Salvador se identifica con ellos y los quiere en su cuna de paja. Reconocieron sin problemas el Signo: el Niño, el Esperado, el Mesías, el Salvador. Estaban acostumbrados a cuidarse del rebaño, a estar con las ovejas, a defenderlas de los lobos y dar su vida por ellas. Son el icono de lo que será este Niño: el Buen Pastor, el modelo de nuestra espiritualidad salesiana en la acción pastoral.
Para volver a Belén, desde Mornese, en la gracia y la alegría del misterio de la Encarnación que desean traducir en fraternidad y en misión compartida, hace falta pedir a Jesús lo que nos indica Madre Mazzarello, que nos enseñan los Pastores y nos sugiere el papa Francisco.
Cuando el papa vino a visitarnos en el CG XXIV, nos dijo que Despertar la frescura original de la fecundidad vocacional del Instituto es una prospectiva-clave para responder a las exigencias del mundo de hoy, que necesita descubrir en la vida consagrada el anuncio de lo que el Padre, a través del Hijo en el Espíritu, cumple con su amor, su bondad, su belleza. Esto no significa negar la fragilidad y las fatigas presentes en cada uno y en las comunidades, sino creer que esta situación puede ayudarnos a transformar el hoy en un kairós, en un tiempo favorable para acoger lo esencial. Es un desafío que nos invita a renovar nuestro “sí” a Dios en este tiempo, como mujeres y como comunidades que se dejan interpelar por el Señor y por la realidad para ser profecía del Evangelio y testimonios de Cristo, de su estilo de vida.
Dentro de poco nuestras casas resonarán con cantos, felicitaciones y plegarias.
No temáis – dice el ángel – porque Hoy ha nacido para vosotros un Niño, el Salvador. Hoy, repite con insistencia la Liturgia de Navidad. Hoy es nuestro hoy porque Dios está con nosotros.
Con estos sentimientos os auguro una serena y santa Navidad, en la alegría de la contemplación de este misterio tan grande y en acción de gracias al Padre por su misericordia infinita hacia un mundo que anhela la esperanza y la paz.