Así continúa su mensaje:
“Hoy el misionero salesiano no es sólo el que da, sino sobre todo el que recibe; o sólo enseña, sino que sobre todo aprende del pueblo al que sirve, que no es sólo destinatario pasivo de sus esfuerzos. No es un constructor ni un recaudador de fondos sino, sobre todo, un mediador humilde y discreto que no se guarda nada para sí mismo Como mediador, el misionero no se guarda nada para sí mismo si no que se ocupa de mantener vivo su ardor de santidad por medio de la “gracia de unidad”, entregándose generosamente, hasta consumirse (Fratelli Tutti, no. 284).
La inculturación es un proceso lento que no podrá realizarse nunca de forma completa. La presencia de misioneros en la Inspectoría refuerza la inculturación: los hermanos locales tienen una perspectiva de su cultura que los misioneros no poseen, mientras que los misioneros ofrecen perspectivas de la cultura que pasan desapercibidas a los hermanos locales. De hecho, una Inspectoría compuesta solo por hermanos de la propia cultura se arriesga a ser menos sensibles a los retos de interculturalidad y menos capaces de ver más allá del propio contexto cultural. De la misma manera, el misionero está abierto a ser enriquecido por la cultura local mientras continúa la profundización en la comprensión de la misma, a la luz de la fe cristiana y del carisma salesiano. Gracias a los misioneros, hoy el Carisma de Don Bosco está presente e inculturado en 134 países.
El misionero salesiano se integra en la Iglesia local, en la vida y en el proyecto educativo-pastoral de la Inspectoría, enriqueciéndolos con sus dones personales, con su celo apostólico y con su sensibilidad misionera. Así, es destinado de forma definitiva a una Inspectoría o Delegación (Cost. 159), no sólo para responder a las necesidades de personal sino, sobre todo, para contribuir al diálogo intercultural, a la inculturación de la fe y el carisma, y para desencadenar procesos que puedan generar nuevas vocaciones locales.
Se compromete a colaborar con los laicos, los voluntarios misioneros y los demás miembros de la Familia Salesiana promoviendo un verdadero intercambio de dones y valores, según las distintas vocaciones específicas y de las formas de vida de cada grupo. En la vejez, continua su trabajo misionero compartiendo la propia amistad y sabiduría, con la oración y con el ejemplo de vida. El misionero se entrega por su pueblo que le es confiado hasta el último aliento: la sepultura en su tierra de misión sella este amor.
En efecto, los Misioneros Salesianos de hoy deben tener el celo del P. Juan Cagliero y de nuestros primeros misioneros, pero con una mentalidad y un perfil misionero renovados”.
Para reflexionar y compartir personalmente
¿Cuál es tu perfil de Misionero Salesiano?
¿Has pensado alguna vez en la necesidad, tanto de los salesianos locales como de los expatriados, de inculturar mejor nuestro carisma?