Niños, jóvenes, adultos, mujeres embarazadas, familias, incluso los ancianos encuentran aquí un verdadero oasis, los siete días de la semana. Son recibidos con la dignidad que todo ser humano merece, por un grupo de héroes anónimos, que no juzgan ni excluyen, pero que tienen un corazón misericordioso, atento a las palabras de Jesús: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso y me vinieron a ver” (Mateo 25: 34-36).
La voluntaria Rosa Forlán dice que, en las tres semanas que estuvo en “Casa Betania”, fue testigo de la tragedia vivida por miles de personas y cómo son tratadas aquí. “En uno de esos días llegó Esteban con los pies gravemente heridos por la larga caminata -explica la voluntaria-. En cambio Matías fue recogido en la puerta, deshidratado, casi agonizante y fue necesario llamar para asistencia médica. Horas después llegaron Maribel, madre soltera con dos hijos con menos de ocho años, y Julia, con sus tres hijas: la mayor, de once años, se lesionó en una mano por una caída en el camino a través de la frontera. También conocí a Luis, que apareció junto a Oscar, Lucas y William, quienes dijeron que estaban desempleados, pero con ganas de trabajar y mejorar a pesar de su escasa instrucción”, agregó.
A estas historias se suman las de Miguel, Jacinta, Margarita, Juan y muchos otros. Todos los días, a cualquier hora, de lunes a domingo, los voluntarios de “Casa Betania” escuchan historias de sufrimiento y miedo, pero también de esperanza. Los migrantes que llegan aquí, de hecho, están muy cansados y con la mirada triste, por las altas temperaturas, el hambre y la sed. Cuando se van, saludan con una sonrisa de agradecimiento. En “Casa Betania” reciben alojamiento, alimentación, descanso, asistencia psicológica y otros servicios.
“Colaborar en el servicio de restaurante, lavandería, recepción y limpieza me permitió conocer una realidad que a veces no está bien narrada. Los migrantes no buscan un sueño, están pasando por un calvario, pidiendo justicia y comprensión -continúa Rosa-. Pero la comprensión es posible solamente 'caminando con ellos', en un acompañamiento silencioso y solidario, disponible para escuchar sin juzgar, porque cada persona trae una carga pesada que solo él o ella conoce”.
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