Por: P. Mateo González Alonso, SDB
Es aquí donde se ha fraguado un macabro juego cuyo dramático final no es otro que el suicidio, actualizando la sugestión que pocas décadas atrás suscitaban los juegos de rol más posesivos. Eso es la “Ballena Azul”. Originario de Rusia donde ha incitado decenas de suicidios documentados en estos meses, ya está muy presente en casi un centenar de países del mundo. Incluso el creador del juego, un joven ruso de 21 años, se ha suicidado por sobredosis en una celda de una cárcel de San Petersburgo hace unos días.
Las normas se difunden a través de grupos privados de Facebook o de teléfono en teléfono a través de servicios de mensajería instantánea. Se trata de cincuenta pruebas que se verifican a través del envío de fotografías que lo demuestren al director del juego. La cuarta de esas pruebas es, precisamente, dibujar una ballena azul –tras haberse hecho pequeños cortes en el cuerpo y ver unas cuantas películas de terror–. Las siguientes tratan de reforzar la identidad de quien ha sentido esta vocación tan cetácea.
La prueba número 50 es quitarse la vida. Las indicaciones que te puede dar quien dirige tu juego pueden ser desde ahorcarse a saltar de un edificio.
Cerca de 800.000 personas se suicidan cada año. El suicidio es la segunda causa principal de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.
Más allá de alguna noticia puntual o una dramática escena en El club de los poetas muertes, hoy –como siempre– el suicidio entre adolescentes jóvenes es un problema. Pero es también algo más, es una llamada de los adolescentes para hacer de ellos algo más que una caricatura con hormonas. Familias, educadores, amigos… todos estamos implicados en ese camino, cada uno desde su rol y desde su propio recorrido.
Y es que una vida, más si es de un adolescente, que acaba en suicidio seguramente habla más de la sociedad en la que se produce que de la personalidad de quien llega a este desenlace final.