La palabra «Iglesia» significa «asamblea» o «convocatoria» de todos los que creen en Jesucristo. La Iglesia «nació» el Viernes Santo, cuando la sangre y el agua brotaron del costado de Jesús. Con el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, los apóstoles comenzaron a proclamar a todas las naciones su fe en el Señor Resucitado.
San Pablo se refiere a la Iglesia como el cuerpo de Cristo (1 Co 12,12-14) porque Cristo es su cabeza (Col 1,18). Los creyentes siguen a Cristo, escuchan a Cristo, ponen en práctica la obra de Cristo y dejan que Cristo guíe sus pasos, como la cabeza guía a todo el cuerpo. Por la acción del Espíritu Santo, todos los miembros de la Iglesia están místicamente unidos de modo oculto y real a Jesucristo, único Mediador y único camino de salvación (CIC 805; LG 7).
Como Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios, así la Iglesia es santa porque es el cuerpo de Cristo. Sin embargo, siempre necesita reforma y renovación porque sus miembros son seres humanos manchados por el pecado (UR 6). San Agustín subrayó que «la Iglesia no es un museo de santos, sino un hospital de pecadores». Los pecados de algunos miembros de la Iglesia no deben disminuir el amor a la Iglesia, ya que está en camino hacia la perfección que no alcanzará hasta el final de la historia (LG 48). «Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla», insiste el Papa Francisco, “con su capacidad de curar las heridas y calentar el corazón de los fieles” (19 de agosto de 2013).
La Iglesia tiene una relación esencial e indisoluble con el reino de Dios. Ella es semilla, signo e instrumento al servicio del reino de Dios. El reino anunciado por Jesucristo se encuentra en la Iglesia de manera imperfecta pero auténtica. Así como Cristo está unido a la Iglesia como su cuerpo, la Iglesia está unida al reino como su semilla. La Iglesia apunta al reino y da testimonio de él difundiendo los valores evangélicos y promoviendo el desarrollo humano integral. Mientras la Iglesia anticipa el reino de manera limitada, pero real, está llamada a crecer continuamente hacia el reino, que alcanzará su perfección al final de los tiempos.
Fiel a la misión recibida de Jesús, la Iglesia procede con urgencia, compartiendo con alegría el Evangelio que transforma y salva. Llega continuamente hasta los últimos rincones de la tierra, perseverando sin cansarse ni desanimarse ante los desafíos y los obstáculos. La Iglesia no existe por sí misma, sino como reflejo de la luz de Cristo, y su misión es irradiarla sobre todos los pueblos (LG 1) no mediante la presión, la coacción o el proselitismo, sino mediante la cercanía, la compasión, la ternura y la misericordia de Cristo. Puesto que la Iglesia continúa la misión de Jesucristo, es signo e instrumento de la gracia de Dios, sacramento universal de salvación ofrecido por Jesucristo a todos los seres humanos. Aun reconociendo la obra de Dios más allá de los límites visibles de la Iglesia católica, «no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue hecha necesaria por Cristo, rehusaran entrar o permanecer en ella» (LG 14).
Sin embargo, muchos elementos de santidad y verdad se encuentran también fuera de los límites visibles de la Iglesia católica, en otras comunidades cristianas separadas. Entre ellos se encuentran la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y los dones interiores del Espíritu Santo (LG 8,15; UR 3). El Espíritu Santo se sirve de estas comunidades separadas como medio de salvación. Su fuerza proviene de la plenitud de la gracia y de la verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Por tanto, todos estos dones proceden de Cristo y a Él conducen, y son, en sí mismos, reclamos a la unidad católica (LG 8; CIC 819).
El papel de la Iglesia local es hacer presente el misterio salvífico de Cristo en su contexto sociocultural. Abarca la cultura local y hace comprensible la presencia de Cristo en ella. La formación de la Iglesia local no es simplemente una expansión geográfica o un crecimiento visible de una organización. Es más bien el proceso por el cual la Iglesia, como sacramento universal de salvación, se hace accesible a todos los pueblos. A su vez, toda Iglesia local, incluso la formada por neoconversos, es misionera por su propia naturaleza y es al mismo tiempo evangelizada y evangelizadora (RM 49).
Don Bosco expresó su amor a la Iglesia a través de la fidelidad incondicional al Papa, su compromiso de evangelizar a los que no conocen su fe o que, aun teniéndola, han dejado de practicarla, especialmente los jóvenes pobres y abandonados, y su compromiso misionero con los que aún no han escuchado el Evangelio.
Para la reflexión y compartir
1. ¿Cómo expreso concretamente mi amor por la Iglesia?
3. ¿Cómo puedo crecer personalmente en mi compromiso misionero?