La esperanza es la palabra que más resuena en nuestros pensamientos y diálogos, junto con la palabra paz. La esperanza está en la paz, y la paz es nuestra esperanza. Lo que dice el papa nos ayuda enormemente, no solo sus palabras, sino sobre todo sus acciones: su cercanía, su ayuda y su esfuerzo por despertar las conciencias de los poderosos.
Sabemos que la esperanza no es una gracia barata, sino –como diría Bonhoeffer– de alto costo. Ese alto precio ya lo hemos pagado y, lamentablemente, seguimos pagándolo.
¿Qué implica para nosotros la esperanza, que tiene el aroma de la paz? Implica el recuerdo constante de la pasión y muerte, pero también de la resurrección de Cristo, vencedor de la muerte. Todo el horror de la guerra seguramente terminará; esperamos que sea lo más pronto posible, con la victoria de la vida, de la justicia y de la paz.
Estamos muy heridos, pero mantenemos la mirada fija en María, Reina de la Paz. Ella nunca ha abandonado a sus hijos y será también nuestra Auxiliadora, reuniéndonos a todos bajo su manto protector. Mirándola, los corazones de muchas personas se mantienen cálidos porque saben que el odio y la desesperación no conducen a nada.
Sabemos que la paz y la esperanza están entrelazadas con la justicia, la reconciliación, el perdón y la fraternidad recreada. En estas tareas importantes ya necesitamos y seguiremos necesitando mucho de su ayuda. Los necesitamos, y desde ya los invito a unirse.
Mientras tanto, aún no hemos salido de esta situación; estamos atravesando un desierto (en todos los sentidos). Pero tenemos la esperanza de que en la resurrección de Jesús todas esas cosas difíciles y casi imposibles serán un don de gracia.
Quizás con la ayuda de una Pastoral Juvenil que prepare los corazones.
