Entre otras cosas, se invitaba a los creyentes a educar a los jóvenes para hacer un uso moderado y disciplinado de estos instrumentos. El documento, inspirado principalmente por el estudioso jesuita Enrico Baragli, tuvo el gran mérito de enfocar el tema de la comunicación como un hecho formativo y educativo, sugiriendo algunas iniciativas, como la celebración anual de la Jornada de la Comunicación, cursos de actualización para sacerdotes y educadores, y la creación de comisiones especiales.
Después de sesenta años, ese documento es casi totalmente ignorado, aunque, a través de los temas anuales de las jornadas dedicadas a la comunicación, ha sido posible profundizar en este o aquel aspecto del mismo tema. En realidad, desde el principio no faltaron las críticas al documento mismo, demasiado centrado en los instrumentos, casi como si bastara con darle cuerda al reloj y empezar, descuidando lo que sucedería inmediatamente después con las intuiciones de McLuhan sobre comunicación y mensaje o la sociedad líquida de Zygmunt Bauman.
Habrá que esperar a la celebración de la quinta jornada, el 23 de mayo de 1971, para tener la Communio et progressio, una instrucción pastoral que completó ese decreto, logrando unir la relación de los medios con el mundo de la cultura. Luego vendrán otros documentos como la Aetatis Novae del 22 de febrero de 1992, “Ética de la publicidad”, el 22 de febrero de 1997, “Para una pastoral de la cultura” el 23 de mayo de 1999, y “La Iglesia e internet” el 28 de febrero de 2002.
¿Qué decir, volviendo atrás y mirando ya al futuro? Ciertamente, al ver a los jóvenes chatear sin restricción alguna, esa invitación al uso moderado de los instrumentos provoca una sonrisa triste. Hoy basta una aplicación en Google para tener una idea práctica de lo que puede hacer la Inteligencia Artificial, al proporcionarnos directamente el desarrollo de un tema particular. Hoy en parte tenemos los mismos problemas de ayer: la comunicación con todos sus mensajes y lenguajes es un hecho cultural y como tal debe ser tratado.
De lo contrario, se persiguen invenciones y herramientas. El fin del periodismo impreso, si corresponde con el fin de la dimensión social del auténtico periodismo, es un camino equivocado. ¿Qué sentido tiene una comunicación social sin referencia a la persona y sus derechos y a la sociedad? A los alegres cultores del periodismo gratuito, hay que recordarles que una comunicación abierta sin respeto por las características lingüísticas y la centralidad del ser humano nos lleva al determinismo de las dictaduras o al populismo.
Indudablemente, Inter Mirifica fotografió la situación de los años sesenta del siglo pasado. Hoy miramos hacia adelante, pero prestemos atención a los parámetros de nuestra comunicación, sabiendo que al final del recorrido siempre hay una persona humana.