El altar mayor de la Cripta fue la primera obra de mármol en la historia del complejo Basílica-Cripta, hoy reconocido oficialmente como Patrimonio Cultural de la Nación. Hasta 1924, todos los altares colocados aquí (desde la inauguración de la Cripta en 1917 y de la Basílica en 1921) fueron piezas provisionales de madera. Su instalación significó el establecimiento de un nuevo estándar en la confección de altares para el recinto, que en adelante serían de este material.
Desde 2007 esta obra de arte da nombre a la Cripta, que fue renombrada como “Capilla de La Piedad” o “de La Pietá” según la placa colocada ese año en su puerta de ingreso desde el Pasaje María Auxiliadora.
Su autor fue el escultor Antonio Bozzano (Génova, 1858 – Pietrasanta, 1939), quien por entonces era profesor en la Escuela de Bellas Artes de Pietrasanta. Si bien su obra previa había sido predominantemente más secular que sacra, su fama como escultor de alegorías funerarias debió haber definido su elección por parte de los Salesianos, quienes lo consideraban un “artista universalmente estimado”. Su nombre aparece grabado a uno de los costados de la base como “Prof. A. Bozzano Scultore Pietrasanta”.
La donante de la obra, a quien los Salesianos definieron como “munífica cooperadora”, fue Josefina Cucalón Alvarado. Ofrendó este altar en memoria de sus difuntos padres Antonio Cucalón y Francisca Alvarado, tal como lo hiciera grabar a uno de los costados, con la fecha de su inauguración: 19 de marzo de 1924. Josefina falleció tres años y medio después, el 13 de octubre de 1927, siendo su nombre y fecha de deceso grabados al otro costado del altar.
Cuando la Cripta fue inaugurada el 2 de setiembre de 1917, contaba con un altar mayor provisional. Era de madera y fue probablemente realizado en la Escuela de Artes y Oficios de los Salesianos de Breña. Contaba con un baldaquino de reminiscencia neogótica, cuyas columnas delgadas sostenían una pequeña bóveda que por fuera mostraba una esbelta linterna, así como sus cuatro arcos apuntados con jambas trilobuladas. Debajo de ésta, se cobijaba una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Permaneció allí durante seis años hasta la llegada del altar de mármol. Posteriormente fue reutilizado en otros usos y ambientes, hasta 1949 en que se le perdió el rastro.
El altar de mármol definitivo, hecho en Pietrasanta (Italia) fue enviado al Callao en un vapor, a decir de la noticia que el 15 de julio los Salesianos de Breña publicaron en “El Pan del Alma”: “Por noticias cablegráficas, recibidas últimamente, sabemos que en el vapor San Giorgio III, que partió de Italia el 10 de junio, llegará al Callao el magnífico y monumental altar de mármol destinado a la Cripta del Perpetuo Sufragio del Santuario de María Auxiliadora. La Cripta, de este modo ostentará muy pronto un digno altar mayor en el que se continuará celebrando todos los días los sufragios en favor de las almas inscritas en la Obra del Perpetuo Sufragio”.
Tras su llegada se emprendieron las obras de instalación del altar. Hacia diciembre de 1923 ya se había colocado en el frontal el relieve de la resurrección de Lázaro y durante las primeras semanas de 1924 se culminaron los elementos faltantes, incluida la colocación de La Piedad presidiendo el conjunto. Tras las obras, los Salesianos opinaron: “[el altar] es todo de mármol, de estilo clásico, y armoniza admirablemente con el ambiente serio y devoto de la Cripta”.
La consagración tuvo lugar el 19 de marzo de 1924 durante la fiesta de San José, a pocos días de cumplirse el primer aniversario del fallecimiento del padre Carlos Pane, principal promotor de la construcción de la Basílica y Cripta. La ceremonia estuvo a cargo de monseñor Pedro Pablo Drinot y Piérola. La primera misa sobre él fue celebrada por el padre inspector José Calasanz, entonces superior de los Salesianos en el Perú y Bolivia, quien moriría mártir en 1936 durante la Guerra Civil Española y hoy es Beato.
Dos años después los Salesianos solicitaron a la Santa Sede que declarase “privilegiado” este altar de mármol, título que permitiría que el difunto en favor de cuya alma se celebrara allí una misa gozara de indulgencia plenaria. Las gestiones se debieron realizar durante el viaje que el padre inspector Luis Pedemonte y el padre Fortunato Chirichigno, sucesor del padre Pane en la dirección de las obras del templo, realizaron a Italia en 1926. El 26 de junio de ese año fue concedido por la Sagrada Penitenciaría Apostólica.
En su base se ubica un relieve representando el pasaje evangélico de la resurrección de Lázaro por parte de Jesús. El escultor colocó ocho personajes: Jesús al centro de la escena; Lázaro al frente del Salvador en el momento de su resurrección, tal como se le describe en el evangelio de San Juan, con “las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo” (Jn. 11:44); María y Marta, las hermanas de Lázaro, observan la escena detrás de Jesús entre compungidas y sorprendidas, mientras otros cuatro personajes escoltan a los protagonistas del relato. Algunos años después, en 1929, los Salesianos de Lima escribieron sobre este trabajo: “Es de notable mérito, admirándose en él la naturalidad expresiva de los personajes que asistieron al portentoso milagro de Jesús”.
Al centro se ubica el tabernáculo. Su entrada está escoltada por dos columnillas con capitel corintio y una representación escultórica del Espíritu Santo. El ingreso está precedido por arcos concéntricos de medio punto y está resguardado por una puerta de bronce que ostenta una alegoría eucarística en relieve, conformada por el cáliz que descansa sobre una corona de espinas y del que emerge destellante la hostia consagrada con el cristograma “IHS”.
La Piedad, motivo iconográfico recurrente del arte cristiano conformado por la Virgen María con su hijo Jesús yacente, es la pieza principal de toda la obra. Es una talla de 1.78 m de ancho y 1.55 m de alto. Se le añadió una cruz con sudario, también en mármol, de 2.19 m de alto. Posteriormente, en 1929, se incorporaron también dos ángeles orantes escoltando a La Piedad.
Los salesianos escribieron en “El Pan del Alma” en marzo 1924 sobre el rosto de la Virgen, elemento protagónico del conjunto: “La Madre, en una expresión de inmenso dolor, no tiene nada de la espasmódica teatralidad de que tanto abusan los impresionistas: en sus ojos fijos sobre la humanidad se transparenta hasta la evidencia ‘un dolor cansado, una celestial calma’ en el sublime sacrificio de sus propias entrañas por una era de justicia y de caridad verdaderamente evangélica”.
Texto e investigación a cargo de David Franco Córdova,
Historiador de los Salesianos del Perú
Fuente: Salesianos Perù