Por: Édgar Velasco
Makena Morego tiene catorce años y no para de reír. Habla y manotea y vuelve a reír. Llegó hace diez días a Tijuana porque Haití, su lugar de origen, “tiene muchos problemas”. Ella tal vez no sabe que México también tiene demasiados, pero tampoco es que le importe: como miles de haitianos que han llegado a la ciudad fronteriza, Makena espera su turno para pasar a Estados Unidos. Mientras llega ese momento, ella dice que la han tratado muy bien, “gracias a Dios”, y no para de bailar. Y de reír.
Desde hace un par de meses, miles de inmigrantes procedentes de Haití han llegado a las ciudades fronterizas de Tijuana y Mexicali. El P. Felipe Plascencia, director de la presencia salesiana en Tijuana, explica que, al parecer, todo se debe a una confusión: “El Senado de Estados Unidos anunció que iba a dar un trato preferencial a los haitianos para darles la residencia. Pero fue un mal entendido, porque en realidad se refería a los que ya se encontraban en Estados Unidos. Pero se corrió la voz que era para todos”. Y entonces comenzó el éxodo: según estimaciones, cada día llegan a la frontera mexicana entre 250 y 400 personas. Sin embargo, las autoridades estadounidenses sólo atienden a 50 personas en Tijuana y 40 en Mexicali, lo que ha propiciado que haya ya cerca de 4,500 migrantes haitianos varados.
Entre los varados se encuentra Agne Jean, quien tiene una semana en Tijuana. Dice que viene a “buscar una mejor vida”, y en la búsqueda lo acompaña su pequeño hijo, de aproximadamente cinco años, con quien emprendió el viaje hace cuatro meses. Aunque dice que viene del Congo, el P. Plascencia explica que ésta es una estrategia que muchos están utilizando para, en el caso de que sea rechazada su solicitud de residencia, evitar ser deportados a Haití.
Tanto Agne Jean como Makena Morego pasan la noche junto con otras 150 personas, hombres, mujeres y niños de todas las edades, en el Desayunador Salesiano Padre Chava, que ha sido habilitado como refugio temporal. Ubicado en la avenida Ocampo 700, el espacio ha cambiado su dinámica: si antes atendía un promedio de 80 migrantes mexicanos y centroamericanos, ahora está recibiendo a los haitianos que han llegado a Tijuana. El P. Felipe Fernández, ecónomo de la obra, señala que la situación ha sido toda una “novedad humanitaria que ha activado la voluntad de la sociedad. Muchas personas se han sumado, la ayuda aumentó, se han sumado universidades, comercios, la iniciativa privada, asociaciones civiles”. El P. Fernández expresa su preocupación con el tema de la cantidad de personas que han llegado a Tijuana y la lentitud con la que son atendidas por las autoridades estadounidenses. Y es que, dice, si bien todos han viajado con recursos económicos, éstos se van a acabar y pueden comenzar a propiciarse otras situaciones, que pueden ser aprovechadas por otras personas. “El centro de Tijuana [donde se ubica el desayunador] es muy conflictivo: hay crimen organizado, trata de personas”.
A las siete de la tarde se cierran las puertas del desayunador. Quienes alcanzaron a entrar buscan comida y un espacio donde ubicarse en la parte trasera, donde hay algunas distracciones: jóvenes del Centro Universitario del Pacífico (Unipac) organizan cantos y bailes a los que se suman jóvenes y niños; allá, un voluntario con su guitarra enseña cantos de alabanza a una chica que trata de seguirlos en español; en una mesa un grupo de hombres juega algo parecido al dominó; unos niños improvisan una portería y juegan penales con una pelota. En medio de todo esto, se distingue a los voluntarios: unos acomodan los víveres, otros sirven comida o van preparando las cosas para pasar la noche. Daniela Genel, de 25 años, acude desde hace una semana al Desayunador Padre Chava para prestar servicio como voluntaria. Dice no tener religión y señala que la situación que hoy atraviesa Tijuana, más que una crisis, “es una oportunidad para reconocer la hermandad entre las personas y para poner en práctica los conocimientos de los grandes maestros, llámese Jesús o Buda o quien sea”.
Mientras Daniela habla, las personas se van acomodando para dormir: en la planta baja, mujeres y niños; en el piso intermedio, familias; en la planta alta, acomodados en literas, hombres. Aunque todos van encontrando acomodo, es evidente que el espacio está rebasado. “Hemos aceptado y atendido a cuantos hemos podido”, dice el P. Felipe Plascencia, pero reconoce que no es lo óptimo. Por eso, ya se está trabajando para habilitar el Oratorio Don Bosco como un refugio temporal, para que el desayunador pueda recuperar su ritmo normal y siga brindando atención a los migrantes mexicanos y centroamericanos. Y es que, aunque algunas estimaciones apuntan a que hacia finales de año baje la afluencia de haitianos, todo parece indicar, añade el P. Plascencia, que la dinámica podría prolongarse por hasta nueve meses más.
Pero eso de los tiempos no lo sabe nadie. Por ejemplo, Susana Joseph, quien está en Tijuana con su esposo, dice que no sabe cuánto tiempo van a esperar. En 20 días vence su permiso para estar en México y no sabe si tendrá que pedir uno nuevo. Como casi todos, tiene claro que no quiere quedarse en el país: quiere ir a Estados Unidos para trabajar. Pero mientras llega el momento, seguirá siendo parte de ese número de personas que sigue creciendo y al que los Salesianos de Tijuana siguen atendiendo de la mejor manera posible.
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