La comunicación es algo del corazón
San Francisco vivió en una cultura y sociedad marcada por tensiones religiosas, en particular por el calvinismo y el jansenismo. El jansenismo sostenía que la persona humana nace pecadora y nunca llega a ser buena si Dios no se lo permitía.
Sabemos cómo, por ejemplo, el concepto de predestinación llevó a San Francisco de Sales a una profunda crisis existencial. Durante muchos años, el problema de la relación entre la gracia y la libertad humana preocupó terriblemente a San Francisco de Sales. Atravesando esta crisis con un abandono amoroso en Dios, se le abrió una visión nueva y profundamente liberadora de la relación con Dios, poniendo en el centro de su reflexión la vida cristiana como un don. La persona humana, al recibir este don, responde a Dios por amor, no por miedo. Por tanto, vivir una vida cristiana significa emprender un peregrinaje espiritual donde la persona es creada, amada, elegida y cuidada por un Dios que ama. La persona responde a este amor y desarrolla así una relación activa con Dios. La persona que cree en Dios responde libremente a este amor, se compromete a vivir la vida cristiana en la vida cotidiana con alegría y en el servicio a los demás. Desde este punto de vista, la persona, respondiendo con libertad a este amor, se convierte en colaboradora de Dios en su plan de salvación.
A partir de los salmos y sobre todo del Cantar de los Cantares, Francisco hace una interpretación sapiencial de la Palabra de Dios, que transformó su vida. Francisco, fue discípulo de Génébrard, quien había quedado fascinado por la poesía bíblica del Cantar de los Cantares y de los Salmos. La lección tuvo en la vida del joven Francisco un impacto existencial muy profundo. El amor de Dios que se manifiesta como amor esponsal, místico y sapiencial es un punto central de la gran transformación y camino espiritual de Francisco.
La interpretación sapiencial subraya precisamente que Dios quiso, por amor, que el ser humano participara de la alianza de este amor. “Ahora Dios ha querido que el ser humano participe de su íntima cualidad espiritual (Sb 7,7; 9,1-18), aquella con la que creó el mundo y con la que lo gobierna (Pr 8,22-31; Sir 24, 3-22; Sab 8, 1), de modo que por esta dotación fundamental, le es dada al hombre asemejarse a su Creador y Señor. En efecto, es precisamente en la tradición sapiencial y precisamente en razón del don de la sabiduría, que se recuerda que el hombre fue creado a imagen de Dios (Sir 17,3; Sab 2,23), y se le da el poder de gobernar sobre tierra (Pr 8,15-16; Sir 4,15; Sap 6,20-21; 8,14). Esta nueva mirada sapiencial es decisiva en la visión comunicativa de san Francisco y la raíz de su "teología del corazón".
Considerando la lucha que existía contra la Iglesia Católica y su doctrina, las críticas a los calvinistas y un ambiente fácil para las herejías, Francisco tiene un gran desafío: comunicar de manera sencilla, informal, pero al mismo tiempo, segura, fiel a la doctrina de la Iglesia, de manera de evitar interpretaciones personales y ambiguas y posibles herejías. Francisco, por tanto, es un comunicador con una gran responsabilidad pastoral y eclesial, teológica y espiritual.
San Francisco que se formó en el pensamiento filosófico y teológico de su tiempo, intuye brillantemente que el lenguaje ofrece una apertura a la creatividad comunicativa a través de la riqueza de símbolos, imágenes, sonidos y metáforas.
Además, elige el Evangelio como base de su comunicación, sabiendo interpretar y utilizar la gran variedad imaginativa de las parábolas y símbolos presentes en la predicación de Jesús. Francisco así descubre la fuerza de la narración en la comunicación, el uso de las historias, la expresión de un gran poder imaginativo y simbólico. Su gran interés por las artes como la música y la pintura revela a un comunicador que sabe integrar la enseñanza de la doctrina de la Iglesia con el Evangelio utilizando un lenguaje accesible, artístico y afectivo. Este conocimiento le permite permanecer fiel a la epistemología y hermenéutica de la Iglesia y abrir, a partir de ellas, su visión artística de la espiritualidad de la belleza.
Su principio de la libertad de la persona humana como criatura de Dios revela una visión de la comunicación donde la persona es libre y sujeto corresponsable del proyecto de Dios sobre sí misma. Al respecto afirmó: “Nuestro libre albedrío no está en modo alguno forzado ni condicionado por la gracia, al contrario, a pesar del poder omnipotente de la mano de la misericordia de Dios, que toca, rodea y cautiva el alma con tantas inspiraciones, llamadas y atracciones, la voluntad humana permanece perfectamente libre, dueña de sí misma y fuera de todo estado de constricción…”.
Por tanto, la persona que ama y es amada por Dios se libera y se abre a la creatividad, sabiendo que hay un Interlocutor, Dios, con quien se relaciona, se nutre espiritualmente y con quien construye un proyecto de vida.
Para Francisco, la Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo son una comunidad profundamente unida en el amor. La comunicación es una relación de amistad en la Trinidad. Para Francisco, las personas participan de esta amistad amorosa y luminosa con la Trinidad Divina. Esta comunicación-relación incluye un camino coherente y dinámico de amor y comunión en Dios, de comunicación-comunión con los demás, de comunicación-compasión por el ser humano, de comunicación-caridad por las personas.
Francesco es bien conocido como el santo de la dulzura. La dulzura, a nivel de comunicación, en el contexto general de su obra, puede considerarse como su gran capacidad cognitiva y afectiva para escuchar el eco de la vida de las personas, en su relación coloquial, para comprender el sentido concreto de las cosas, de observar gente, cuidar y apreciar. La comunicación integral se manifiesta no tanto “en la elaboración argumentativa o discursiva, sino que busca comunicar en armonía con la frecuencia de las cosas, en el tono que traduce la visibilidad y el sonido de las cosas”. Cuando habla de cómo dar un buen sermón, hace algunas afirmaciones que muestran su profunda inteligencia afectiva: “No puedo hablar de Dios sin emoción”, “nuestras palabras deben salir del corazón y no de la boca. Está puede hablar bien, pero el corazón habla al corazón y la lengua habla solo a los oídos”. Que todo sermón sea siempre "un sermón de amor".
Francesco tiene un gran sentido de la cultura popular y una gran sensibilidad por el mundo real de las personas. La formación académica y clásica del obispo de Ginebra no lo alejó de la gente y de la cultura popular, al contrario, él con gran sabiduría fue capaz de comprender el lenguaje popular, el conocimiento sencillo y sabio de la gente, la forma de expresarse. Decía al respecto: son "los labradores y los que labran la tierra" quienes le dijeron que "cuando nieva en la medida justa, en invierno, la cosecha será mejor al año siguiente" (S III 97). Como buen catequista y predicador y confesor, sabe comprender el lenguaje y los deseos de la gente. En su época, gran parte de la población no sabía leer ni escribir. Inmediatamente se da cuenta de lo difícil que es para la gente entender la doctrina de la Iglesia. Insiste en la importancia de la comunicación con un "estilo afectivo", capaz de tocar el corazón de las personas y emocionar (L V 117-120). Y pide que se escriba de manera que la gente pueda entender las cosas gracias a un lenguaje sencillo y escribir “según el gusto de este pobre mundo” utilizando ciertos medios capaces de despertar el interés del lector de la época” (L X 219). "Me siento enamorado de las almas un poco más de lo habitual... Ahora el corazón de mi pueblo es casi todo mío”.
Para Francisco de Sales la relación humana debe ser natural y manifestar una espontaneidad paterna y fraterna. Esta actitud le permite al comunicador estar cerca de las personas, despertar una sensación de alegría. Esta forma ocasiona la apertura y la confianza en la relación y permite que la persona se coloque en un estado de aceptación del mensaje.
En la espontaneidad, las personas se abren y se manifiestan con gratuidad y alegría. Francisco dijo al respecto: “Vengo ahora de hacer catecismo, donde con nuestros niños disfrutábamos haciendo reír un poco al público, burlándonos de las máscaras y de los bailes; yo estaba en un momento de buen humor y un numeroso público me invitó con sus aplausos a ser un niño con los niños... Que Dios me haga verdaderamente un niño en la inocencia y la sencillez”.
Comunicar es un don y un compromiso, un construir a nivel humano, espiritual y cultural. El estudio también es oración. Por ello insiste mucho con su clero en la necesidad esencial de la formación, educación e instrucción sólida de sus sacerdotes. “La ciencia, exhortó, es el octavo sacramento de la jerarquía de la Iglesia”. A partir de su experiencia de estudio y profundización científica,
entendió que para dialogar con la cultura y responder a las exigencias espirituales y pastorales del contexto cultural en el que vivía era muy importante la espiritualidad del estudio.
La comunicación para San Francisco se refiere también al diálogo religioso con la riqueza artística y el patrimonio cultural de su pueblo. Con esta visión, fundó, en Annecy, con su amigo Antoine Favre, a fines de 1606, una academia llamada "florimontana", "porque las musas florecen en las montañas de Saboya".
La comunicación está al servicio de la caridad. Para san Francisco, amar al prójimo con caridad significa amar a Dios en el hombre y al hombre en Dios. En el contexto de su tiempo, se inspira en la visión del Evangelio como servicio a los demás, cuidado de los pobres y de los que sufren, desarrollando así una comunicación con una clara opción de caridad y solidaridad. “Pronunciad con frecuencia estas divinas palabras del Salvador: Yo amo, oh Señor, Padre Eterno, a estas personas, porque tú las amas, me las has confiado como hermanos y hermanas, y quieres que yo los ame como tú las amas” ( Carta 1173 al Sr. de Cevron-Villette, febrero-marzo de 1616, en OEA XVII, 162).
El obispo de Ginebra descubrió a través de su sólida formación filosófica, teológica, jurídica y de su experiencia de Dios, que la comunicación es la clave fundamental para vivir la espiritualidad, para la evangelización y para el gobierno de su diócesis.