Peor que la crisis que estamos viviendo, sería el drama de desperdiciarla. El virus, como una plaga, ha afectado a todos sin distinción. Sin embargo, sus efectos se han extendido de diferentes maneras, con consecuencias particularmente graves para algunos.
Se han perdido muchos puestos de trabajo, han disminuido las oportunidades de empleo digno, los trabajadores que cuentan con menos seguridad y menos protección social han sufrido y están sufriendo más que otros.
Por tanto, la prioridad es clara: reiniciar poniendo en el centro a los trabajadores que están marginados, una categoría amplia y heterogénea, porque una sociedad no puede “avanzar descartando”.
El Papa Francisco identifica algunas directrices futuras. La primera es que el trabajo no es simplemente un empleo y no es solo un empleo formal. Se puede ser trabajador (workers), sin ser un empleado (employees) con un contrato regular. Esto implica una nueva forma de pensar las salvaguardias laborales, en particular para el trabajo informal que representa el 70% del empleo en algunas zonas del mundo, pero que también está muy presente en las sociedades más avanzadas.
La segunda pauta para el futuro, que dejó en evidencia la pandemia, es tomarse en serio el tema de la atención por los otros. El trabajo y el cuidado de los demás son dos dimensiones fundamentales del ser humano: ambas dan dignidad a nuestra vida en esta tierra. Sin embargo, aunque el trabajo se valora, incluso socialmente, el cuidado social es invisible, olvidado, subestimado.
Este tema se debatió en una conferencia organizada por la Comisión Vaticana sobre Covid-19 y la Universidad Loyola de Chicago: "A better way to work: Pope Francis, the Care Economy, and the Future of Work". (La mejor manera de trabajar: Papa Francisco, la economía del cuidado y el futuro del trabajo).
Así vino a la luz, que el camino a seguir es considerar el tema del cuidado como un compromiso de toda la comunidad, y no de individuos o familias individuales.
La propuesta, presentada por la filósofa canadiense Jennifer Nedelski, es hacer de las actividades de cuidado una parte integral de la jornada laboral de todos. Nadie debe trabajar más de 30 horas por semana y nadie debe dedicar menos de 22 horas a la semana a las actividades de atención al prójimo, dentro y fuera de la familia.
Solo si somos capaces de potenciar socialmente y normativamente el cuidado podremos lograr que se convierta en una dimensión esencial de todo trabajo, porque "un trabajo que no cuida, que destruye la creación, que pone en peligro la supervivencia de las generaciones futuras, no respeta la dignidad de los trabajadores y no puede considerarse digno".
Hermana Alessandra Smerilli, FMA