Bartolomeo nació el 25 de diciembre de 1914 en Pozoblanco, España. Su mamá falleció por la epidemia “española” antes de que él cumpliera cuatro años. Así hijo y padre tuvieron que ir a vivir en lo de sus tíos.
Huérfano de padre a los 12 años, tuvo que dejar la escuela y ponerse a trabajar de sillero. Cuando en septiembre de 1930 llegaron los salesianos, frecuentó el oratorio, ayudó como catequista y creció en su formación intelectual, cultural y espiritual. Entró en la Acción Católica volviéndose secretario y se especializó en el apostolado entre los operarios, en el Instituto Social Obrero de Madrid. Orador elocuente, estudioso de la Doctrina social de la Iglesia, conoció las organizaciones obreras católicas de Francia, Bélgica y Holanda. Nombrado delegado de los sindicatos católicos en la provincia de Córdoba fundó ocho secciones.
Cuando estalló la revolución, el 30 de junio de 1936, Bartolomeo retornó a Pozoblanco para defender la ciudad, que cayó después de un mes. Acusado de rebelión fue encarcelado y condenado a muerte.
“Ustedes creyeron hacerme mal, en cambio me hacen bien porque me confeccionan una corona” dijo. Fue fusilado el 2 de octubre de 1936 en Jaén, gritando “¡Viva Cristo Rey!”. Fue beatificado el 28 de octubre de 2007.
Un poco antes de ser ejecutado escribió algunas cartas. A las tías y a los primos: “Les pido de vengarme con la venganza del cristiano: devolviendo el bien a aquellos que intentaron hacerme del mal”. Y a su novia, Maruja: “Quiero pedirte solamente una cosa: que en recuerdo del amor que hemos tenido, el uno por el otro..., te ocupes de la salvación de tu alma como objetivo principal, porque así podremos encontrarnos en el cielo por toda la eternidad, donde nadie nos separará”.
El testimonio de Bartolomé Blanco - un joven que rechazaba un compromiso o la mediocridad, que estaba al lado de los pobres defendiendo sus derechos sin por ello alearse a posiciones totalitarias e ideológicas violentas, y que compartía con tantos amigos una posición a favor de la dignidad de la mujer, tiene una carga profética que merece hacerla conocer a los jóvenes de hoy.
A los cuales él mismo podría decir nuevamente: “Jóvenes somos y por lo tanto no podemos quedarnos inactivos; católicos y por lo tanto no podemos ver con indiferencia las innumerables injusticias de la sociedad moderna... Somos jóvenes, jóvenes católicos que no podemos contentarnos con escuchar una misa y dar algunos centavos a los pobres”. (El Cronista del Valle, 25 de mayo de 1935).