Su libro recoge tres relatos de vocación: los de Samuel, Jeremías y el joven bueno del Nuevo Testamento. ¿Por qué ellos y no otros? ¿Cuál es el mensaje que pueden transmitir a la juventud actual?
En tiempos donde, al parecer, escasean vocaciones entre los jóvenes, quise presentar brevemente las tres únicas llamadas de Dios a jóvenes que presenta la Biblia. A mi entender, no existen en ella más relatos bíblicos de vocación de jóvenes, en sentido estricto: dos, en el Antiguo Testamento (AT); una, en el Nuevo Testamento (NT). Pero, curiosamente, son muy significativos, aunque por diversas razones. Las del AT (Samuel: 1 Sam 3,1-4,1; Jeremías: Jer 1,4-19) ocurrieron en tiempos duros; tanto Samuel como Jeremías vivieron en épocas de tremenda convulsión social y de largo silencio (Samuel) o “silenciamiento” (Jeremías) de Dios.
Samuel, entre el final de la época de los jueces – esos líderes carismáticos, que ocasionalmente Dios suscitaba para librar a Israel de sus enemigos – y la instauración de la monarquía, ligada primero a la tribu de Benjamín (Saul) para vincularse, después, a la tribu de Judá (David). Bastó que un niño dejara sus sueños para seguir la voz que lo llamaba para que un pueblo retorne a escuchar a su Dios; Dios volvió a conversar con Israel porque un jovencito le oyó y le obedeció.
Jeremías, otro joven al que Dios había elegido antes incluso de ser concebido (!), acompañó a un Dios traicionado por su pueblo, sintiendo en carne propia la “pasión” de su Dios, y no pudo evitar por ello presenciar la destrucción de la nación tantas veces por él anunciada.
Más sorprendente es la crónica evangélica de la vocación del joven rico (Mt 19,16-22; cf. Mc 10,17-31; Lc 18,18-30): no podía ser más bueno, pero no pudo ser mejor; es decir, perfecto, porque quiso más sus bienes que al Maestro bueno. Y me parece revelador que sea este el único relato de vocación en el que Jesús fracasó tanto como el joven que no le siguió porque quería seguir siendo “rico” y se volvió triste.
El mensaje de los tres relatos es, me parece, obvio: en momentos de crisis, Dios puede hacer profetas a adolescentes…, si se consagran a escucharle. Solo el obediente, por inmaduro o pequeño que sea, devuelve la Palabra de Dios a su pueblo o sus bienes a los pobres.
¿Por qué cuesta tanto hoy escuchar la llamada de Dios: por exceso de ruido, porque escasean las voces proféticas…?
Cuesta escuchar hoy a Dios porque vivimos muy “divertidos”, con muchas diversiones y escasa vida interior; con mucho ruido, más en el corazón que en el ambiente (que ya es decir); cuidándonos más de nosotros mismos que de Dios y de su viva imagen, el prójimo que nos necesita. Temiendo que Dios nos pida lo que no queremos/podemos darle, rehusamos escucharle. Y un Dios desentendido, que nada nos dice ya, que tan poco significa, termina por ser un ídolo, tan inofensivo como fácil de trato.
¿Hasta qué punto la tan cacareada “crisis vocacional” es un signo de los tiempos y en qué medida se ha convertido en una “coletilla” de resignación que puede lastrar los intentos de la Iglesia por impulsar las vocaciones?
No creo, sinceramente, que haya crisis de vocaciones. Dios siempre está llamando a quienes quiere; otra cosa es que queramos escucharle. Se da en la comunidad cristiana, eso sí, algo para mí más grave: vivimos los creyentes, también los mejores de entre nosotros, en un estado de des-obediencia permanente. No importa lo que Dios nos esté diciendo en cuanto acaece, ocupados como estamos en resolver los problemas sociales, nuestros o de los nuestros. Se nos hace más urgente intervenir en el mundo que permitir que Dios intervenga nuestro corazón. ¿Cómo vamos a seguir a un Dios al que no oímos ni apreciamos?
¿Necesita la pastoral vocacional una renovación? ¿Por dónde pasaría?
Cierto, la pastoral vocacional necesita una profunda renovación, pero no en sus destinatarios, el mundo juvenil, sino en sus “pastores”, los enviados de Dios. ¿Por qué se ha olvidado que Jesús, antes de enviar por vez primera a evangelizar de dos en dos a los doce les mandó rezar al Dueño de la mies, que solo envió a quienes había hecho antes orantes (Mt 9,36-38)? Una vida de oración personal y el testimonio fehaciente de esos rostros transfigurados por haber conversado con Dios –como Moisés en el desierto (Ex 34,29-30) – son el mejor, más eficaz, modo de suscitar y cuidar posibles vocaciones. Solo quien se ha encontrado con el Señor se vuelve su propagandista eficaz (Jn 1,40-46).
¿Qué espera del próximo Sínodo de los Obispos sobre ‘Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’?
No espero, sinceramente, nada mejor de lo que ya ha sucedido. Pero estoy ya muy agradecido a una Iglesia que, por vez primera si no me equivoco, se ha declarado dispuesta a escuchar lo que Dios quiere atendiendo a lo que anhelan los jóvenes, y poder así acompañarlos mientras juntos, jóvenes e Iglesia, caminan hacia Dios, su Señor. “La Palabra de Dios ya no sería escasa ni raras las visiones” (cf. 1 Sam 3,1), si su Pueblo escuchara con mayor atención a las nuevas generaciones.