Antony visita a diario visita escuelas salesianas, comparte con los muchachos los juegos y la catequesis y, sobre todo, contagia la alegría de Don Bosco para que, como él dice, en el futuro sean “buenos cristianos y honrados ciudadanos”.
La historia de su vocación y su labor diaria son un gran testimonio salesiano de fe: “Me bautizaron cuando yo era un alumno de primaria. En realidad yo no sabía nada de Dios y me preguntaba por qué había tanta gente que creía en lo que no podía ver. Mi maestro me dijo que sería muy bueno para mí en el futuro que fuera católico, así que simplemente acepté”.
Después de su graduación, durante cinco años, tuvo varios trabajos: en el aeropuerto, en un hotel, en una oficina y hasta en una escuela… “Viví muchas experiencias. Estaba muy feliz porque ganaba mucho dinero para poder comprar cosas que quería, viajaba a otros países, tenía muchos amigos y hasta me enamoré de una chica, pero sentía que estaba perdido”, reconoce el joven salesiano.
“Cuando entré en la escuela, un salesiano me dijo que fui guiado hasta esa obra salesiana por María Auxiliadora. Ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de que es una verdad”.
Esa idea estuvo en su corazón durante más de dos años. Abandonó la oración y dejó de participar en la misa. Reconoce que perdió totalmente a Dios durante dos años y se dio cuenta de que su vida era inútil: “porque no quería enfrentarme a la realidad y tenía miedo”, recuerda.
En la Jornada Mundial de la Juventud de 2008, en Australia, sintió la llamada de Dios de manera directa: “Cuando el Papa levantó la Eucaristía consagrada sentí un sentimiento muy fuerte que me estaba llamando a seguirlo, a trabajar para Él. Después de aquel viaje decidí entrar en el seminario salesiano. Hablé con mis padres pero la noticia los sacudió. Mi madre lloró y no nos hablamos durante casi una semana, pero realmente quería seguir el camino de la vida religiosa y estoy cumpliendo ese sueño”.