Padre James, usted fue capturada por los rebeldes del Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés (SPLA); ¿Por qué lo capturaron?
La captura y el período de crisis como rehenes, que duraron uno 500 días fueron principalmente por razones de dinero y de publicidad. Mi liberación fue gracias al apoyo del Nuncio Apostólico en Addis Abeba y a través de cartas que escribía mi madre y que se traducía y se enviada al Señor John Garang (el líder del SPLA). Llevaba 5 cartas de mi madre, en la que rogaba liberar a su hijo antes que muriese de cáncer. El Nuncio fue el intermediario de este gesto humanitario y aseguró también que los salesianos pudiesen transitar a través de las zonas controladas por los rebeldes de Kenia, por el camino hasta Etiopía, y hasta Lokichokio-Kenia.
¿Cómo define la experiencia del secuestro y la vida en medio de los secuestradores?
La experiencia en los bosques y junto a los rebeldes y todo lo que siguió, es una larga historia. Los primeros 50 días fueron un infierno viviente. Yo no podía creer. Lloraba desafiando las promesas de Dios: “¿Has visto a un profeta morir de hambre? ¿Has visto a un profeta caminar desnudo?... Heme aquí Señor, aquí hay uno o ¿me has olvidado? Te di todo y Tú estás en silencioso, mi Señor. Mi Señor, ¿por qué me has abandonado?... "
Tuvieron que pasar 50 días de privación, de cansancio, de humillación y de miseria para poder decir aquello que Jesús dijo: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. Una vez que me di por vencido, el resto de los días fueron de libertad, de serenidad y de paz; dispuesto a todo, a la enfermedad, al hambre, a la sed, a la desnudez. Durante los 500 días no he tenido nada más que la única ropa desde el día del secuestro. En cuanto a mi vida espiritual he pasado de ser pequeño a ser un gigante.
Lo que he aprendido acerca de la vida y sobre el amor, sobre el sentido y la motivación en esos 500 días podría corresponder a una experiencia de 5.000 días de vida normal.
Entré en la vida de prisionero como una caña frágil, pero salí como un gran roble, con un corazón reconciliado con aquellos que me habían condenado como sacerdote y salesiano rebelde, listo para ser un sabio (rishi) que sabe amar, un Buda compasivo, un Cristo misericordioso, un cura y un salesiano.