La primera "palabra" que ofrece el cardenal en la entrevista concedida ayer a Vatican News es una sonrisa. La mirada del cardenal se centra en dos días. El primero es el del pasado 9 de octubre, cuando la Iglesia se enriqueció con dos nuevos santos con la canonización de Giovanni Battista Scalabrini y Artémides Zatti. El otro está vinculado a la fecha del 11 de octubre de 1962, día de la apertura del Concilio Vaticano II. Dos momentos, subraya el cardenal, grabados en la historia y el futuro de la Iglesia.
Hablando de los dos nuevos santos, explica que el obispo y el salesiano coadjutor son ambos "hombres de caridad". Estas dos figuras son un estímulo para que toda la Iglesia recorra el "camino de la caridad". Hay un camino que se opone a la "cultura del descarte" y este camino, subraya el arzobispo de Rabat, es la "cultura del encuentro".
“Los cristianos de Marruecos, en el norte de África, nos definimos -continúa el cardenal- como el 'sacramento del encuentro': tratamos de promover el encuentro entre cristianos y musulmanes”. “La convivencia, en la amistad, es posible: luchemos juntos -explica el purpurado- por un mundo mejor, construyamos juntos el Reino de Dios”. Este es un mensaje que la pequeña Iglesia del Norte de África comparte con toda la Iglesia universal. “Somos una Iglesia pequeña, insignificante, pero significativa porque tenemos un mensaje que transmitir al mundo entero”.
El cardenal Cristóbal López Romero, nacido en 1952 en España, era un niño cuando se abrió el Concilio Vaticano II: “Tenía diez años y en el colegio salesiano nos habían explicado el significado de aquel acontecimiento extraordinario para la Iglesia”.
“Sesenta años después -subraya- soy testigo de todos los cambios positivos que trajo consigo el Concilio”. Estudiando la historia de la Iglesia, me señalaron que tomó más de un siglo lograr lo que indicó el Concilio de Trento. “Creo que el Concilio Vaticano II -subraya el arzobispo de Rabat- todavía necesita veinte o cuarenta años” para enraizarse más en la vida eclesial en la línea inspirada por el Espíritu Santo. “No es fácil, pero el Papa Francisco nos está ayudando a recuperar el Concilio”. Es un desafío para todo cristiano y para todas las Iglesias locales poner en práctica el Concilio, que “no es un capricho de los cardenales y obispos, sino una obra del Espíritu Santo”.
“Nuestra Iglesia en el norte de África -observa el arzobispo de Rabat- ha puesto en práctica las enseñanzas conciliares sobre el diálogo interreligioso: después del Concilio Vaticano II se inició el diálogo con otras religiones”. El Papa Francisco “nos ha dado un gran impulso para seguir por este camino”, y aunque “queda mucho por hacer en este campo”, el del diálogo interreligioso es un ejemplo de uno de los frutos del Concilio Vaticano II.
“Otro fruto es el de una Iglesia encarnada, de una Iglesia que se vuelve verdaderamente tunecina, marroquí, etc. San Pablo dijo que quería ser judío con los judíos y griego con los griegos”. Además hay otro fruto, apunta el cardenal, es la "centralidad de la Palabra de Dios". “Los católicos de Marruecos, donde somos una minoría, podemos ser humildemente testigos de que el Concilio Vaticano II todavía hoy nos da importantes orientaciones”.